Un querido colega me pregunta por el tercer Zapatero. Es decir, por el Zapatero retirado de la actividad política y disfrutando de una dorada jubilación. Antes de llegar a eso, conocimos al primer Zapatero, aquel que ordenó la retirada de nuestras tropas en Irak, amplió considerablemente el ámbito de libertades y derechos de algunos colectivos (homosexuales, inmigrantes sin papeles, personas dependientes y mujeres maltratadas), garantizó en mayor medida la independencia de los medios públicos de comunicación, quiso acabar con ETA (de hecho, prácticamente ha acabado con ella) mediante una eficaz táctica de emplear sucesivamente el palo y la zanahoria, y, en fin, desactivó la tensión territorial con el País Vasco y Cataluña. A ese primer Zapatero, de antes de la gran crisis financiera internacional, la vida política le sonreía y se atrevió incluso a pronosticar una etapa de pleno empleo, con la economía española en alza comiéndole terreno a Francia y Alemania. Después, vino la hecatombe y apareció en escena el segundo Zapatero, que se parecía tanto al otro como el doctor Jekyll a Mister Hyde. Dos personalidades distintas habitando en el mismo cuerpo. Este segundo Zapatero congeló las pensiones, bajó el sueldo a los funcionarios, modificó el sistema de pensiones, liquidó las cajas de ahorro (nada menos que la mitad del sistema financiero español) en favor de los bancos, pactó por sorpresa con el PP una modificación de la Constitución para poner limite al déficit público, y autorizó por primera vez la presencia permanente de barcos de guerra norteamericanos en España. El cambio de rumbo del segundo Zapatero ha sido tan radical que algunos se preguntan si no acabará votando por don Mariano Rajoy en las próximas elecciones generales dado lo bien que se entienden entre ellos en la intimidad. A expensas de que este segundo Zapatero nos pueda dar todavía más de una sorpresa antes de ceder el puesto, la perspectiva del tercer Zapatero, es decir del Zapatero jubilado, ya tiene menos interés. Con apenas cincuenta años cumplidos le queda previsiblemente un largo trecho de vida antes de llegar a la edad de la jubilación efectiva que, por cierto, él ha alargado hasta los 67 años. Durante esos 17, o más, años venideros, se dedicará seguramente a la misma actividad que desarrollan otros expresidentes: dar conferencias espléndidamente remuneradas por decir naderías y ejercer como consejeros de importantes empresas, con sustanciosos emolumentos. Todo ello, compatible con un sueldo vitalicio de 80.000 euros anuales, al que podría sumar el de consejero de Estado vitalicio si lo quisiera. Pero antes de entrar a disfrutar plenamente de esas ventajas (cobrará 2.000 euros más retirado que en activo) aún le queda algún trámite por cumplir, una vez celebradas las elecciones. Me refiero a su renuncia como secretario general del PSOE, que abrirá un necesario proceso de renovación. Si Rubalcaba, sorprendentemente, ganase las elecciones él sería en buena lógica quien ocupase el cargo. Si las pierde de forma honorable, quizás lo sea también de forma transitoria. Pero si las pierde por goleada, la conmoción puede ser de proporciones sísmicas. A la socialdemocracia española, como al resto de la europea, le queda por delante el reto de la renovación radical si es que pretende sobrevivir al cataclismo que se avecina. Si los Estados (o sus ciudadanos) son capaces de resistir la presión brutal de los mercados, aún tiene un papel que jugar en defensa de las conquistas sociales. Aunque me temo que eso ya no depende de ellos.