El Gobierno que tachaba de vendepatrias a los partidarios de la privatización no encuentra ahora comprador para las loterías ni para los aeropuertos del Estado, aunque a cambio -eso sí- acaba de cederle la base de Rota a los marines estadounidenses por el módico e hipotético precio de mil puestos de trabajo. España está de saldo, pero ni aún así hay quien la compre. El primer fiasco fue el de la Lotería estatal que Zapatero sacó a subasta hace apenas un mes con resultados más bien desalentadores para tan arriesgada apuesta. Aunque el juego sea un negocio seguro en el que la banca siempre gana, los postores querían comprar los derechos del Gordo de Navidad a precio adelgazado y, como es lógico, el Gobierno optó por aplazar la venta a la espera de que lleguen ofertas de mayor cuantía. Si es que llegan.

Otro tanto acaba de ocurrir ahora con la desnacionalización de los aeropuertos. Las empresas que aspiran a la concesión de los de Madrid y Barcelona no disponían, al parecer, de líquido suficiente para pagar el precio que fijó el Estado. Una vez más, al gabinete que aún preside Zapatero no le quedó otra opción que posponer la venta, aunque ello suponga renunciar a un dinero necesario e incluso urgente con el que tapar los agujeros abiertos por el Plan E y otros recientes dispendios. Paradójicamente, los enemigos de la privatización -entre los que figuraba hasta ahora el propio Gobierno- acaban de encontrar un imprevisto aliado en los especuladores a quienes suelen atribuir todos los males de España. Fueron precisamente los inversores quienes se encargaron de abortar, por una vez, las privatizaciones que el Gobierno partidario de lo público había puesto en marcha.

De poco sirvió que Zapatero cambiase bruscamente de ideas siguiendo las enseñanzas de Marx, que en su versión Groucho aseguraba: "¡Estos son mis principios irrenunciables!... pero si no le gustan, tengo otros". Ahora que había cambiado sus principios por los de la competencia, va y resulta que Zapatero tendrá que seguir cargando con la titularidad pública de la Primitiva y de las terminales aeroportuarias. Algo se va vendiendo, pese a todo. El presidente que se estrenó en el cargo haciéndole mangas y capirotes a la bandera americana acaba de cederle a Estados Unidos la base naval de Rota para el despliegue de su sistema contra misiles. Por una de esas ironías en las que abunda la Historia, el famoso escudo antimisiles ideado por Ronald Reagan en tiempos de la guerra fría y retomado por George Bush tras los atentados del 11 de septiembre, va a concretarse ahora con la ayuda del mismo Zapatero que se negaba a levantarse al paso de la enseña imperial.

Para los más memoriosos, el acuerdo recordará al firmado en 1953 por Franco y Eisenhower, que dio origen precisamente a la base de Rota. Si el dictador obtuvo entonces el apoyo que necesitaba su apestado régimen y un par de cientos de millones de dólares en ayuda militar, Zapatero ha conseguido a su vez un millar de puestos de trabajo: los que al parecer crearán las contratas y demás labores de intendencia necesarias para apoyar a los 1.100 marines y los cuatro destructores norteamericanos con base en Rota.

Ahora que no existe la Unión Soviética y que la China de Mao ya solo aspira a invadirnos con su artillería de bazares y productos de Todo a Cien, el colosal escudo nos protegerá de amenazas tan lejanas -pero no por ello menos improbables- como las de los misiles que puedan lanzarnos desde Irán y/o Corea del Norte. Si a ello se añaden los mil empleos prometidos por Zapatero en su tardía bienvenida a Míster Marshall, no queda sino deducir que hemos hecho un negocio redondo.

Solo es lástima que el Gobierno no haya podido vender en el mismo lote las loterías y los aeropuertos del Estado; pero tampoco los americanos van a estar en todo, como es natural. Ya que estamos de oferta, será cosa de bajar el precio.

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