La campaña electoral que se avecina debería ser, en sí misma, un gran mensaje de ahorro. Los tiempos se han puesto duros, muy duros, y los principales partidos están de acuerdo en ello. Entonces, ¿por qué gastar un solo euro de más en la campaña? Y con las actuales tecnologías de la comunicación, cualquier euro puede ser ahorrado.

Han montado grandes convenciones, conferencias, o como les llamen, que han costado una pasta. Da lo mismo si lo han pagado los militantes o unos donantes: encontraríamos mejores destinos para su generosidad. Se van a contratar vallas, páginas de periódicos, minutos de pantalla y de antena, costosas realizaciones audiovisuales. Se pondrán en marcha caravanas que llevarán a los candidatos y sus séquitos en giras frenéticas, se alquilarán teatros y pabellones, se montarán y desmontarán grandes decorados, se alquilarán pantallas gigantes. Se pegarán carteles, se colgarán banderolas, se encargará la impresión de millones de folletos y su buzoneo implacable. Gastos que tendrán el mismo fin que los recuerdos del replicante Roy en Blade Runner: perdidos "como lágrimas en la lluvia".

Es cierto que todo ello crea algunos empleos durante unas semanas, pero si el dinero existe, es mejor destinarlo a inversiones de economía productiva, la que crea ocupación estable cuando encuentra financiación. Y si el dinero no existe, es mejor no aumentar la deuda de los partidos, que puede acabar convertida en deuda pública. Lo más aleccionador, y que tal vez reconciliara un poco a los políticos con la ciudadanía, sería acordar una campaña de coste cero. Que movilizara el trabajo voluntario de afiliados y simpatizantes, organizando reuniones en espacios públicos y recuperando la vieja práctica de visitar a todos los vecinos. Que aprovechara la sed de noticias de los medios, que casi prefieren pescar la frase con gancho en las ruedas de prensa que en el gran mitin. Que se multiplicara por las redes sociales. Que acudiera a los debates. Que usara los espacios gratuitos de la televisión pública para decir cosas de verdad, mirando a los ojos en plano corto, para lo que basta con una cámara de vídeo y un paisaje detrás. No piensen que el espectador huiría de algo tan supuestamente aburrido. Los ciudadanos quieren saber; lo que no quieren es propaganda vacía que suena a mentira de laboratorio.

¿Por qué no lo prueban? Deberían, eso sí, ponerse todos de acuerdo en las nuevas reglas. Pero todavía están a tiempo. Y sería el primer paso hacia la reconciliación. Si es que la desean, que a veces parece todo lo contrario.