Los indignados ejercen una formidable presión para el cambio positivo y hay que valorar que sus primeros movimientos de consideración hayan nacido en España inspirados por el muy simple pero sincero manifiesto de Stephane Hessel. El pasado sábado, fueron 160 las ciudades de todo el mundo que se sumaron a una manifestación por el cambio global. Pero el mundo es mucho mundo y no solo el de los sistemas democráticos que legitiman el derecho ciudadano a exigir de los políticos el cumplimiento de aquello para lo que fueron elegidos. El concepto de globalización es falaz en parámetros innumerables. Por ejemplo, la pervivencia de la pena de muerte en países y estados teóricamente muy libres y liberales, cuyos ciudadanos pueden exigir que se cumpla pese al horror de las sociedades civiles que abominan de ella. O el hambre y la sed de Somalia y otros enclaves confrontada al derecho soberano a la obesidad, mórbida o no, que algunos reivindican con sus hábitos alimentarios. O el dogmatismo religioso frente al laicismo civil. O el terrorismo criminal que unos sufren y otros cultivan. La casuística puede llevarnos muy lejos.

El lema Unidos por el cambio global sería más claro con la precisión de sus puntos de mira: la redistribución de la riqueza, el derecho al trabajo y el pánico ante el final del wellfar state en la decadente sociedad postindustrial. Esos objetivos son justos y legítimos aunque las asignaturas pendientes de la globalización sean muchas más y amenacen con relegarlos al reflejo egoísta de la opulencia decapitada. Será para muchos más justa y prioritaria la globalidad a la que tiende el mundo islámico contra la opresión de sus tiranos chupasangres. Pero no todo puede gestionarse a la vez y, por el momento, esos son problemas de otros. En cualquier caso, el emblema global parece cuestionable y, por su resistencia a una parcelación realista, sigue generando controversias conceptuales, éticas y pragmáticas de muy grueso calibre. Los bloques del mundo ya no son el este y el oeste, sino el norte y el sur. Si no nos sentimos concernidos por el sur emergente, los jinetes del apocalipsis financiero acabarán pateándonos a nosotros. Ya han comenzado.

A su favor tiene el movimiento del norte, con su manifiestación global, el mérito de haber removido en muy pocos meses el inmovilismo conformista. Es un proceso que sucede en el hoy, genuino presente y obra in progress que aún dista del cierre categorial. Si no decae, y es deseable que no ocurra, irá precisando medios y objetivos en un marco universal de resistencia pacífica que en ningún caso debe dar a los poderosos la cortada de la violencia. Al que sabe y puede vivir de su trabajo ya le suena a broma pesada que un político venga a ofrecerle una lista o un cargo. El reclamo Democracia real, ya empieza a inquietar a la clase dirigente y aún debe cercarla mucho más, hasta que cambie. Ella, la primera.