El escritor siempre se guarda cosas, secretos sobre el más allá, el más acá, y, sobre todo, la zona de sombra entre ambos. El racionalismo, censor implacable, ha hecho mucho por la literatura, al exiliar al escritor a lo imaginario, donde el secreto se pierde en su espesura. ¿Cree Gonzalo Suárez en la efectiva inexistencia de paredes entre la ficción y lo real? Estoy seguro de que sí (y yo también). Igual ocurre con otras fantásticas ideas, como la de que las almas pueden contagiarse, y meterse unas por otras, por la cercanía de los cuerpos. De esos desbarajustes del orden establecido hay abundancia en El síndrome de albatros, su última novela. Puede uno meterse en la trama (un tanto laberíntica) o pasar sobre ella y disfrutar la lava que aflora en burbujas a cada paso. En cualquiera de los casos el lector, al acabar la novela, sentirá que un viento le ha desordenado los papeles.