A don José María Aznar, le han solicitado opinión sobre el movimiento ciudadano del 15-M y con la contundente perspicacia que lo caracteriza ha dicho lo siguiente: "No es más que un movimiento marginal antisistema, vinculado a grupos de extrema izquierda; su representatividad no es importante en la vida española". Y, acto seguido, añade: "¿Por qué darle tanta importancia a algo que no la tiene? Lo importante es que en España hay cerca de cinco millones de parados, el 45% gente joven sin empleo, pero eso no se va a resolver ocupando plazas. España no es Egipto". La entrevista concluye con un despectivo recordatorio para el presidente de Venezuela, señor Chávez, al que llama "dictadorzuelo" y con una de esas simpáticas procacidades a las que últimamente nos tiene acostumbrados. Así, nos explica, cuando les enseñó el dedo medio a los estudiantes que lo criticaban en Oviedo, no hizo otra cosa que mandarles "un saludo de cariño". La forma enérgica que tiene Aznar para deslizar obviedades y simplezas por la estrecha comisura de unos labios que parecen grapados por el bigote ya es conocida. Todos sabemos que hay casi cinco millones de parados, una preocupante falta de trabajo para la juventud y que España, indudablemente, no es Egipto. Pero en el resto ya es más difícil coincidir. Afirmar que el movimiento del 15- M es un "movimiento marginal antisistema dirigido por radicales" debe de ser un eslogan prefabricado en la factoría ideológica de FAES, con vistas a justificar futuras confrontaciones violentas y la necesidad de soluciones policiales. Y supongo que tampoco será un pensamiento original sino una de tantas maldades importadas de alguno de los cenáculos internacionales en los que le permiten sentarse como oyente. Hasta la fecha, la mayoría de los observadores del fenómeno de los indignados coinciden en señalar que se trata de un movimiento heterogéneo y pacífico que expresa su malestar contra el latrocinio generalizado del sistema financiero capitalista, y, al mismo tiempo, denuncia la complicidad, en ese proceso, del conjunto de la clase política intermediaria. Ayer mismo, un colaborador habitual del periódico de más difusión en este país lo definía como "un movimiento de okupas universales que no propone ninguna revolución, sino la domesticación sin escapatoria posible del capitalismo". Y, en ese mismo medio, dos días antes, el filósofo polaco Zygmunt Bauman lo calificaba como un "movimiento emocional al que le falta pensamiento". Según el autor de 44 cartas desde el mundo líquido, la emoción es inestable y sobre ella no se puede construir nada coherente. "Con la emoción sola, sin pensamiento -concluye-, no se llega a ninguna parte". Estas dos observaciones, bastante certeras, no se parecen en nada al punto de vista del señor Aznar, un conspicuo partidario de la "guerra preventiva" contra el terrorismo existente e incluso contra el inexistente. Deduzco, por sus palabras, que nuestro expresidente considera que los indignados son lobos con piel de cordero a los que convendría desalojar a palos de las plazas públicas (como proponía doña Esperanza Aguirre con los concentrados en la Puerta del Sol) antes de que se organicen en serio para atacar al sistema aprovechándose del malestar general. Y si nos atacan de motu propio habrá que provocarlos para que lo intenten, como ya se hizo en su día con los movimientos antiglobalización penetrándolos con agentes especializados en broncas. Aunque él no lo sabe, Aznar también es un radical antisistema. Hace lo que puede por desprestigiarlo.