Corren tiempos difíciles para los políticos profesionales, acostumbrados a disfrutar la propiedad vitalicia de sus poltronas sin necesidad de justificarse. La semana pasada, Silvio Berlusconi superó una moción de confianza planteada contra su gobierno echando de menos lo que más le puede gustar: el público. La desbandada de la oposición en bloque de la Cámara de Diputados dejó al primer ministro hablando sólo para los suyos y para un montón de escaños vacíos. Ganó la votación, pero ¿y qué pasa con los audímetros? Para un jerarca de la televisión como él, la ausencia de la mitad de la audiencia al otro lado de la pantalla es una realidad más alarmante que el hecho de no haber llegado a aprobar las cuentas de Italia para 2010 días antes. Que hablen de ti, aunque sea mal, decía la célebre cita. Que te escuche alguien, aunque sea para odiarte, firmaría hoy Berlusconi. Porque esas docenas de personas que te han girado la cara como mínimo creen en el sistema, están dentro de él. La realidad es todavía peor: en la calle hay miles de ciudadanos felices de haber salido de los márgenes convencionales. Son los indignados, que ni siquiera se molestan en encender la tele y prefieren seguir sordos a mensajes trasnochados que ya no tienen impacto social. No les representan.

Era Silvio Berlusconi un hombre acostumbrado a la polémica, gozaba con el ruido, se alimentaba del desdén ajeno. Los escándalos le daban vida y salud. Y votos, claro está. Sin embargo, su discurso de veinte minutos para superar la cuestión de confianza ha sido calificado por todos los comentaristas de "agónico". Ni siquiera Il Cavaliere es invulnerable a la suma de incertidumbre económica, crisis en los mercados, desprestigio de la política tradicional y su propia y polémica trayectoria. Enrocado en el poder, una imagen tomada el día previo a la cuestión de confianza le mostraba, no obstante, muy poco enérgico, más bien a punto de desmoronarse. Le sostenían sus ministras de Turismo y Medio Ambiente, componiendo un grupo escultórico cercano a La Piedad. Qué curioso. El inventor del bunga-bunga, que ha derrochado tanto prestigio social y tiempo por culpa de sus escarceos con jovencitas en fiestas cuenta con el apoyo de las mujeres en sus momentos más difíciles. Dos enfermeras velan al paciente terminal. El instinto de las hembras compasivas y cuidadoras no falla. El primer ministro ya no tiene el cuerpo para chistecillos machistas, pero siempre contará con su cuota de afecto femenino incondicional. Muchos tienen más que agradecerle que las mujeres al ejecutivo ultramontano italiano, pero al final, la imagen que ha preferido es la de ellas no dejándole caer.

Hace ocho años, Silvio Berlusconi se rió en voz alta de Rodríguez Zapatero y su Gobierno paritario, y le auguró dificultades para gobernar con tanta señora alrededor. En el ocaso de ambos, cada uno a su manera desnortada y delirante, cierta justicia poética le devuelve el comentario irónico que él le hizo a su colega español: "Demasiado rosa, señor Berlusconi".