La Defensora del Lector de un importante periódico (debemos estar muy desprotegidos cuando florecen tantos defensores) se hace eco de las protestas recibidas por la publicación de las fotos del linchamiento de Gadafi, que aparece en las imágenes como un pelele sangriento poco antes de ser asesinado de un disparo en la cabeza por una turba, todavía no se sabe si organizada, si desorganizada. Ese medio, y muchos otros (incluidos los que abominan de la barbarie del tiro en la nuca), se complacieron en mostrarnos los últimos momentos de la vida del dictador libio sin ahorrarnos detalles de la brutalidad. Y, en muchos casos, hasta la jalearon. En la crítica de cine del mismo importante periódico se puede leer el siguiente párrafo final: "Resulta descorazonadora la certidumbre de que siempre ganan los malos. Bueno, ayer no: le han volado los sesos a Gadafi y ETA se ha rendido". Comprendo que, para un crítico de cine avezado a contemplar sin alterarse las carnicerías del cine moderno, la voladura de sesos de Gadafi le habrá parecido una secuencia normal de la justicia que ejercen los buenos de la película contra los malos de la película con el aplauso de los espectadores de butaca. Más o menos como hacíamos nosotros de niños cuando el Séptimo de Caballería acudía a toque de corneta en auxilio de la caravana rodeada por unos indios piojosos. El mensaje es claro, los buenos tenemos derecho a matar y a volarle los sesos a los malos sin padecer enojo moral por ello. Las explicaciones oficiales sobre el asesinato de Gadafi resultaron igual de mendaces que las del supuesto asesinato de Bin Laden, excepto en un detalle importante. A Bin Laden, islamista fanático y pariente de la familia real saudí, se le hicieron unos rituales funerarios islámicos antes de darle sepultura en el mar, mientras que a Gadafi, el creador de una síntesis, quizás blasfema, entre islamismo y laicismo con ribetes marxistas, lo tuvimos confinado en el frigorífico de una carnicería y expuesto allí a la curiosidad pública. El pueblo, ya lo comprobamos aquí con Franco, necesita verle la cara al dictador muerto para entristecerse en unos casos y para quedarse tranquilo en otros. Eso sí, Franco gozó de un privilegio. Fue enterrado bajo una pirámide que él mismo había ordenado construir, como hicieron los faraones en el antiguo Egipto. La pirámide fue bautizada por el dictador con el nombre de Valle de los Caídos y se ha convertido en lugar de peregrinación de sus fieles y destino de muchas excursiones turísticas. Justamente, lo que hemos negado a los restos de Bin Laden y de Gadafi. Lo paradójico es que el objetivo declarado de la OTAN al intervenir en Libia era evitar un baño de sangre, y lo que ha conseguido es provocar otro. Se calcula que hubo más de diez mil muertos en los ocho meses de guerra. Y el comportamiento de los llamados rebeldes no ha sido mejor ni más respetuoso con los derechos humanos que el de los partidarios de Gadafi. Ese hombre al que Aznar llamó recientemente "amigo fiel de Occidente" y era recibido en todas partes con gran pompa y muestras de afecto. La guerra de Libia, un país con algo menos de seis millones de habitantes e inmensas riquezas en gas y petróleo, está por explicar. Aunque cabe la duda de si la eliminación de Gadafi no habrá servido para evitar que declarase ante el Tribunal Penal Internacional que lo había encausado. Los gánsteres suelen tapar bocas.