Es un gesto para la galería, nada más. Un brindis al sol. Ya se pueden poner como quieran sus señorías, que de nada va a servir en la práctica el acuerdo unánime del Parlamento gallego por el que se pretenden anular o revocar las indemnizaciones millonarias que se embolsaron los altos directivos Novacaixagalicia en esa versión chusca del Toma el dinero y corre a la que asistimos perplejos tras la bancarización de la entidad. Los Méndez, Pego, García de Paredes y compañía están muy tranquilos. Saben que podrán afearles la conducta, avergonzarlos públicamente con carteles de Wanted (Se Busca), acosarlos en la calle y hasta declararles personas non gratas, pero nadie les puede quitar lo que legalmente les pertenece. Se lo llevaron porque era suyo. Otra cosa es que por voluntad propia, porque les viene en gana, renuncien a una parte del botín conseguido.

Consideraciones éticas aparte, hay que ser muy ingenuo para pensar que pudieron cometer algún error por el que ahora se les pueda pillar. Sabían muy bien lo que hacían. Seguro que sus contratos de alta dirección, tanto en la redacción como en la tramitación, cumplieron todos los trámites exigidos en la legislación que es de aplicación en estos casos. Han debido ser muy escrupulosos, porque cabía dentro de lo probable que pasara lo que pasó: que la divulgación de las cantidades percibidas por cada uno de ellos iba a generar un auténtico escándalo público, teniendo en cuenta el contexto de grave crisis que padecemos y los funestos resultados acarreados por el proceso de fusión.

Sin duda, se prevalieron de su posición. Utilizaron los mecanismos a su alcance para que los distintos órganos de la caja dieran su visto bueno a las cláusulas de blindaje de los contratos, sin que nadie se parase a analizar en detalle lo que se estaba aprobando. Estos personajes se habían cuidado de situar a esos niveles a gente mayoritariamente afín, que no cuestionaría nada de cuanto ellos planteasen, y de ganarse con los consabidos favores a los pocos neutrales o tibios con los que se pudieran topar. Así al menos funcionaron siempre las cosas en las antiguas cajas y seguramente en la fusionada Novacaixa mientras duró.

Tampoco les debió resultar difícil burlar los mecanismos de fiscalización de la Xunta y el Banco de España. Ni uno ni otro advirtieron la desmesura de esas condiciones o, si se dieron cuenta, miraron para otro lado. El caso es que, el uno por el otro, la casa quedó sin barrer. Por lo visto se vigilaban unos a otros, celosos de sus competencias. Y no pusieron ni mucho menos ese mismo celo en controlar los desmanes salariales de los ejecutivos. Ahí hay responsabilidades que nadie asume y que algún día convendría depurar.

Ahora bien, nunca sabremos si los directivos de NCG estaban demasiado bien pagados, como le puede parecer a la gente de la calle. Nos falta un elemento clave: su verdadero valor de mercado. La carrera profesional de casi todos ellos transcurrió íntegramente en el ámbito de las cajas de ahorro. Está por ver lo que se pagaría por sus servicios en la banca privada. Ninguno de los susodichos se aventuró en ese terreno, ya fuera por no haber recibido ofertas o porque, seguramente, las que se le presentaron no podían mejorar sus más que sustanciosos emolumentos. Y ahora, visto lo visto, sabiendo lo que se sabe sobre su gestión, y con la mala imagen que arrastran, difícilmente nadie va a llamar a su puerta para repescarlos como ejecutivos poniendo precio a sus servicios. Claro que tampoco les hará falta volver a trabajar. Tienen la luz pagada para sí y varias generaciones de descendientes.

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