A sabiendas de que es aficionado a la pesca de río, cuando el señor Cascos accedió a la presidencia del gobierno asturiano hice el pronóstico, en este mismo periódico, de que, desde ese puesto, seguramente fomentaría la repoblación de salmones y tomaría las medidas más convenientes para preservar esa especie cuya supervivencia en estado salvaje está seriamente amenazada. Me parecía un razonamiento de cajón. Un pescador en la presidencia del gobierno de Asturias, la primera región salmonera de Europa, y donde se cobran casi el 90% de los ejemplares capturados en España, ¿qué otra mejor cosa podría hacer? Era la mía una propuesta ecologista y de buen sentido, pero, como casi siempre, me he equivocado. Por lo que puedo leer en los periódicos, al señor Cascos no le gusta la ordenación de la pesca del salmón con muerte que había hecho el anterior gobierno socialista (50 días de campaña al año y tres ejemplares por pescador y día en zonas libres ) y ha decido ampliarla hasta 136 días. La mayoría de las asociaciones de pescadores han protestado y le han dicho al presidente de la comunidad autónoma que si persiste en sus planes de liberalizar las capturas puede hacer peligrar la supervivencia de la especie en los ríos asturianos, y junto con ella una buena fuente de ingresos. La advertencia no es ociosa porque la población de salmones ha ido descendiendo paulatinamente por diversas causas (contaminación, enfermedades, estiajes prolongados, sobrepesca, etc.). En la década de los 60, cuando Franco todavía se metía con botas en el río, se capturaba una media de 6.000 ejemplares, pero los que libraban del acoso eran muchos miles más. El año pasado, en cambio, el censo de ejemplares vivos no llegaba a los cuatro mil. Si al señor Cascos le vale mi opinión, creo que no debería abrir más frentes políticos de los que ya tiene hasta que el 20-N aclare un poco el panorama. Los pescadores asturianos de salmón (11.000 con licencia) son un grupo de presión importante que mueve mucho dinero y agita muchas conciencias por bares y tertulias, y ponerse enfrente de ellos es insensato. Más de uno podría pensar que amplía los días autorizados para la pesca en beneficio de su propio entretenimiento. Lo malo del caso es que el presidente asturiano es un hombre temperamental y olvida que la mejor virtud del pescador es la paciencia, como ya nos enseñó Isaac Walton en su famosa obra. La carrera política del señor Álvarez Cascos está muy unida al salmón desde hace muchos años. En Asturias corre la historia de que su entrada a la vida pública se produjo durante una jornada de pesca en la que participaban Manuel Fraga y su buen amigo el oculista Luis Fernández Vega. El fundador de AP y del PP le preguntó si conocía algún joven que tuviera madera de líder y Fernández Vega le habló de Cascos, que hizo sus primeras armas en la política como concejal en Gijón. El Cascos de entonces era un joven conservador que veía con malos ojos el divorcio y otras libertades que hoy se ven como normales pero que en aquel tiempo eran muy cuestionadas precisamente por aquellos que luego más se beneficiarían de ellas. La derecha española tiene una larga tradición pescadora y cazadora, que exige, con carácter previo, la existencia de una población animal susceptible de ser pescada o cazada. Cascos le debe mucho al salmón y tiene un carácter muy parecido. Es tozudo y le gusta nadar contracorriente.