Dicen las estadísticas oficiales que España anda ya por los cinco millones de parados; pero eso es porque nos cuentan muy mal la noticia. Lo correcto sería hacer notar que aún quedan unos 18 millones de españoles con trabajo: cifra que, además de ser completamente cierta, resulta mucho más satisfactoria y esperanzadora que la otra. Todo es según se mire.

Sorprende que un Gobierno de suyo tan optimista como el que preside el siempre risueño Zapatero haya caído en este error. Nadie mejor que él debiera saber, por experiencia, que todo buen gobernante ha de contemplar los hechos desde un punto de vista positivo. Así lo hizo, por ejemplo, el dictador nicaragüense Anastasio Somoza, cuando uno de sus cuates le informó de que un terremoto había destruido la mitad del país. "¿Qué mitad: la tuya o la mía?", respondió sin ceder al pánico el optimista Somoza.

También Zapatero solía preguntar de qué crisis le estaban hablando cuando el número de parados comenzó a multiplicarse como los panes y peces de la Biblia hace ya cosa de un quinquenio. El presidente, que estaba entonces en mejor forma, se pasó casi cuatro años negando que aquí hubiese problema alguno, al tiempo que atribuía esos rumores a gentes de escaso patriotismo. Todo iba tan bien que el Gobierno no dudó en gastarse lo que había en la caja e incluso lo que no había para sufragar el pago de cheques-bebé, cheques-alquiler, cheques-voto a 400 euros por cabeza y costosísimos planes para el arreglo y ornato de las aceras del país.

Finalmente, Zapatero tuvo una iluminación similar a la de Saulo camino de Damasco y, con su habitual desenfado, cargó de un día para otro la factura de aquellos dispendios sobre los sueldos de los trabajadores públicos y la magra paga de los pensionistas. Desde entonces anda algo mohíno y acaso sea esa la causa de su falta de reflejos para explicar como es debido el paro. En otros tiempos hubiera aclarado convincentemente que no hay cinco millones de parados, sino 18.156.300 españoles con contrato y derecho a fichar cada mañana en el curro. No toda la culpa del desastre es de Zapatero, por más que el presidente haya ayudado lo suyo a que España lidere la Champions League del desempleo en los países desarrollados y aun en muchos que no lo están. Algo habrán contribuido también los bancos que concedían créditos temerarios a constructores durante la reciente era dorada del ladrillo; o, por decirlo todo, los particulares que suscribían las hipotecas a pares y luego las ampliaban para incluir la compra de coche y muebles junto a la del piso.

El Estado y los ciudadanos se empeñaron así muy por encima de sus posibilidades hasta que el casino de la construcción reventó la banca, dejando el país perdido de parados, de deudas y de parados con deudas. El resultado es un círculo vicioso en el que nadie paga a nadie. Agujereados por los pufos del hormigón, los bancos no dan crédito; y a falta de crédito, ni las empresas funcionan ni los particulares compran. Si la gente no puede comprar, los comercios echan el cierre; si los comercios cierran, las fábricas no tienen a quien vender sus productos; y si finalmente las fábricas dan en quiebra, los trabajadores pagan el pato del paro. Los parados carecen a su vez de ingresos suficientes para las compras, y vuelta a empezar.

Todo ello ayuda a entender la existencia de esa desaforada hueste de cinco millones de desempleados, pero en modo alguno el pesimismo con el que el Gobierno presenta la estadística. En vez de hacer el balance de parados, siempre tan triste, lo propio sería que informase de la mucha gente que sigue teniendo empleo. La noticia de hoy, por ejemplo, podría formularse así: "Más de dieciocho millones de españoles tienen trabajo, según la Encuesta de Población Activa". Lástima que, puesto a perderlo todo, Zapatero haya perdido incluso sus viejas facultades de comunicador.

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