Siempre creí que la lucha desalmada, en ocasiones, por el poder universitario es asunto digno de un estudio no tanto antropológico como propio de la psicopatología. Los departamentos se reparten migajas de un pastel que, en términos económicos, es ridículo. Los decanos, desde que la reforma impulsada por el partido socialista se llevó a cabo, apenas hacen otra cosa que velar por la limpieza (digamos) de los edificios. Ni siquiera el rectorado controla un presupuesto de verdad porque la parte del león se la lleva el capítulo primero, el de personal, y éste es o era, hasta que la señora Cospedal descubrió el oficio de aprendiz de brujo, intocable. En esas circunstancias, el que se repartan puñaladas traperas por el acceso a una titularidad o una cátedra es, como poco, curioso. ¿Cuestión de prestigio? Eso sólo pueden sostenerlo quienes no se hayan acercado nunca por las aulas. ¿Afán de protagonismo? Los participantes en las tertulias televisivas logran mucha más cuota de pantalla. Y, pese a ello, el nepotismo obsesivo y el afán de control han sido lacras permanentes en la carrera universitaria que ninguna reforma consigue erradicar.

En ausencia de dinero fresco que llevarse al bolsillo, el poder resulta un globo vacilante a punto de desinflarse. Eso vale para el poder político, faltaría más, pero también para el civil, el eclesiástico y, ya digo, el universitario. Así que reconforta el saber que el Ministerio de Educación brasileño tiene abiertos 23 expedientes ante sospechas de corrupción en distintas universidades federales. Desde Brasilia a Pernambuco, desde Minas Gerais a Sao Paulo, la gestión de los rectores está bajo lupa y, al decir del expresidente Henrique Cardoso, se trata de que los hábitos corruptos forman parte del sistema; vaciar la caja supone, pues, una condición idiosincrática a la que nadie escapa. ¿Les suena? Aquí, en el reino de España, cuando un antiguo presidente está esperando que termine el proceso en el que pueden condenarle por cuestión de unos trajes y otro más anda pendiente de juicio por el supuesto robo de millones de euros, sabemos que lo que cuenta, en materia de corrupción, no es el tamaño. La ciudadanía se ha acostumbrado ya a dar por sospechoso a cualquiera que maneje un presupuesto, por modesto que sea. Aun siendo así, los celos de la Fiscalía nunca se han dirigido, que yo sepa, hacia los rectorados. Pero, con la que está cayendo, pronto será cosa de entrar en materia penal si se quiere tener una universidad decente. La Universidad de Baleares no ha puesto en marcha la calefacción este año porque no tiene con qué pagarla. La Complutense cierra en vacaciones para ahorrar en la factura de la luz. De ahí a tener que ponerse un antifaz y atracar bancos para que los profesores y el personal de administración y servicios cobre, hay un paso muy pequeño. Si yo fuese rector, que para fortuna de la universidad no es una hipótesis razonable, me iría al Brasil a hacer un seminario sobre los recursos disponibles y cómo echarles mano.