El próximo presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha resuelto nombrar presidente del Congreso de los Diputados a un veterano militante del PP que se llama Jesús Posada Moreno, un hombre con fama de dialogante. La mayoría absoluta en la Cámara le daba derecho a escoger a otro de perfil más autoritario, a un leguleyo de verbo deliberadamente confuso, o a un meapilas de ojos acuosos. De todo eso ya hubo antes y no hace falta dar nombres. Pero ha elegido a este, quizás porque entiende que ante la gravedad de la situación financiera habrá que echar mano de un amplio consenso parlamentario para hacerle tragar a la población el aceite de ricino que se le va a suministrar. Además, Posada Moreno procede de una pequeña población, Soria, que viene a ser como la mitad, o menos, de Pontevedra, la localidad de origen del próximo jefe del Ejecutivo. Suele decirse que los políticos procedentes de ciudades pequeñas tienen más sentido de la realidad, del ahorro y de la ponderación que los nacidos en las megaurbes. Desconozco si esa creencia tiene algún fundamento real, pero confío en que el señor Posada conserve, para beneficio de todos, el carácter dialogante que se le atribuye. Yo al menos lo conocí así. Cuando él era subsecretario de Transportes de un gobierno de la UCD, al principio de la década de los 80, tuve ocasión de asistir, como asesor legal de una patronal de pequeños transportistas autónomos, a una reunión de urgencia para tratar de una huelga que tenía bloqueado el comercio del país en la cercanía de las fiestas de Navidad. Los transportistas reclamaban la creación de unos centros públicos de control de la carga para librarse del predominio abusivo de la contratación que estaba en manos de organizaciones que, aun no disponiendo en propiedad de la mayoría de la flota (en un 80% en manos de los autónomos), imponían los precios a los demás en una situación de práctico monopolio. La reunión fue complicada porque había mucho dinero en juego. Recuerdo que uno de los asistentes alardeaba de llevar una pequeña pistola en el calcetín, y que el representante de una importante comunidad autónoma fue cooptado por la gran patronal como secretario general. Posada moderó aquel guirigay con habilidad, la huelga se aplazó provisionalmente y de los centros de contratación de carga nunca más se supo. ¿Cómo vamos a permitir que el comercio de un país quede en manos de los pequeños transportistas? El carácter de dialogante le viene a Posada de familia. Ya su padre Jesús Posada Cacho, que fue procurador en Cortes durante la etapa franquista, alcalde de Soria y presidente del sindicato del azúcar, poseía esa cualidad. Durante las huelgas generales de Vigo, en los inicios de la década de los 70, fue designado por el gobierno de la dictadura "hombre bueno"; es decir, mediador en el conflicto. El que esto escribe vivía entonces allí, ejercía como periodista y ocasionalmente presidía algunos convenios colectivos, por su incorregible afición a meterse en líos. Estaba en casa dándome una ducha matinal, cuando sonó el teléfono insistentemente. Salí a cogerlo sin vestir y una voz me anunció que Posada Cacho quería hablar conmigo. Bueno, conmigo y con cualquier persona que pudiera explicar su punto de vista sobre la huelga y ayudarlo a formarse una opinión. Lo atendí durante un cuarto de hora largo, entre corrientes de aire asesinas, sin atreverme a decir cuál era mi situación. Como vulgarmente se dice, me cogió en pelotas.