Llegados a este punto, sería bueno reconocer que su decidida apuesta por las infraestructuras gallegas le acarreó a José Blanco serios disgustos dentro y fuera de su partido sin que le reportara ningún rédito político. Ni siquiera se lo agradecieron en las urnas sus paisanos de Lugo, con los que se volcó especialmente. Los resultados del 20-N en esa provincia, como en el conjunto de Galicia, no fueron los esperables, tal vez porque el innegable esfuerzo inversor no compensó ni de lejos el desgaste producido por la mala gestión que de la crisis hizo el Gobierno ZP, del que el propio Pepiño formaba parte importante.

Con todo, a pesar de la tremenda carga anímica que soporta por los avatares del caso Campeón, a José se le veía feliz el otro día en la inauguración de la línea de alta velocidad ferroviaria A Coruña-Santiago-Ourense. Como ministro de Fomento ha cumplido con Galicia, incluso con creces. A pesar del esfuerzo de la Xunta por ensombrecer sus logros, consiguió que empezase a circular por Galicia el que para muchos es el tren del futuro, en medio de una general satisfacción. Así lo atestiguan los primeros usuarios, que tienen la impresión de haber participado en un hito histórico. Tampoco pasó desapercibido para nadie el gesto que tuvo don José al compartir todo el protagonismo inaugural con Feijóo y en especial con el hoy presidente de Asturias, Francisco Álvarez Cascos, el primer impulsor del mal llamado AVE gallego, el que colocó las primeras traviesas, siendo ministro de Aznar. Es una actitud elegante y que le honra, ahora que está de salida. Cabe preguntarse si otros en su lugar harían lo mismo, dar bola a quienes desde la administración gallega, hasta compartiendo con él un asiento en el Avant, se permitieron poner en duda el compromiso de Blanco a la hora de cumplir los plazos establecidos en el Pacto del Obradoiro.

Disputas políticas aparte, conviene poner las cosas en su sitio. Lo que se puso en servicio es, en puridad, un tren regional rápido. El AVE es harina de otro costal. Esa denominación está asociada sobre todo con el largo recorrido. Nuestro tren será AVE cuando conecte las ciudades gallegas con la Meseta, para lo cual habrá que esperar unos cuantos años todavía, sobre todo si se confirma el previsible recorte en las inversiones de Fomento y a pesar de las promesas de Rajoy de que no dejará que este proyecto entre en vía muerta.

El servicio que presta el Avant supone una seria competencia para Autopistas del Atlántico. La Plataforma Salva o Tren echa cuentas y llega a la conclusión de que los precios por trayecto son en general caros pero ajustados a las prestaciones que se ofrecen. Estamos ante una alternativa más que interesante para quienes usan a diario la AP-9 con vehículo propio (que son unos cuantos miles de personas), no así para los usuarios habituales del transporte colectivo, sea el tren o el autobús.

El nuevo tren no está pensado para la gente que realmente necesita de este tipo de servicio público. No es el tren social que siguen demandando colectivos que se mueven habitualmente en distancias medias o cortas como los estudiantes, jubilados, trabajadores con sueldos modestos, enfermos y sus familiares que se desplazan a centros sanitarios, etc. Nada está de más en el ámbito de la movilidad. Pero la solución para todos esos sectores es el auténtico ferrocarril de cercanías, gestionado por un ente autonómico, una Renfiña, que aprenda de los errores de su hermana mayor y copie los retos que conlleva su nuevo lema: acortamos distancias, acercamos personas. Se trata de que, ferroviariamente hablando, no quede muy lejos lo que está cerca.