Quienes desde un principio se mostraron escépticos con la viabilidad de la operación tachan de fracaso sin paliativos que José María Castellano haya recaudado poco más de 70 millones de euros de empresarios gallegos en la primera ronda de la recapitalización privada de Novagalicia Banco (NGB). Es ciertamente un fiasco teniendo en cuenta que sus cálculos menos optimistas elevaban esa cifra a los 150 a finales de noviembre. Lo recaudado por ahora supone apenas un 2,6% del dinero inyectado en su día por el Estado a través del FROB, aunque suponga el respaldo moral de importantes grupos empresariales al desesperado intento por mantener lo que queda de la fusión de las antiguas Caixa Galicia y Caixanova, después de la bancarización forzosa.

Para más INRI, una parte sustancial de esos 70,4 millones corresponden al acuerdo extrajudicial que los responsables de NCG alcanzaron con Manuel Añón para liquidar su participación en la antigua Corporación Caixagalicia. El empresario coruñés recibió cerca de 50 millones en efectivo y otros 26 en acciones del nuevo banco, por lo que el resto de los grupos autóctonos, un total de dieciséis, aflojaron apenas 45 entre todos, lo que supone algo así como 2,7 millones cada uno.

Los mal pensados sospechan que muchos de esos inversores probablemente no podían negarse a aportar su grano de arena, aunque quisieran, al tener créditos vivos con NCG. Castellano los tiene agarrados por donde les duele, a ellos como a otros muchos, parte de los cuales, de momento, pudieron zafarse alegando falta de liquidez, pero a sabiendas de que están vigilados por si acaso osan meterse en otras aventuras financieras. Por más que lo resalte el comunicado oficial, no hay motivo alguno de satisfacción. La demostración de confianza de los empresarios que dan un paso al frente se queda en casi nada viendo lo insignificante -casi rácano- de la suma reunida.

Aunque se daba por descontada, la más clamorosa de las ausencias en la lista de futuros pequeños accionistas de Novagalicia es la de Amancio Ortega, el dueño de Inditex y antiguo jefe de Castellano. Dicen que gentes muy cercanas, que tienen predicamento sobre él, intentaron convencerlo durante meses hasta darse por vencidos. Tan importante como la mayor o menor aportación de capital que pudiera hacer era su apoyo explícito a un proyecto cuya viabilidad sigue siendo un enorme interrogante.

Es posible que haya gente muy interesada en invertir en NCG, pero no tienen prisa. Pueden esperar lo que haga falta a las futuras etapas de la recapitalización o incluso a la subasta final, si la aventura del profesor Castellano y compañía fracasa. Entonces podrían conseguir más por menos o incluso quedarse con la entidad por cuatro perras, como es seguro que sucederá en otros casos que están cantados.

Entre tanto, para general sorpresa, pese a los avatares de la fusión y de la bancarización, no se produjeron hasta ahora significativas retiradas de depósitos ni cancelación de cuentas. Se diría que cientos de miles de gallegos mantienen la confianza en el banco Novagalicia. Claro que la gran mayoría acuden a las oficinas de siempre hasta cierto punto engañados. Creen que siguen siendo clientes de su caja de ahorros de toda la vida. Solo unos pocos, los menos, son conscientes de que ahora trabajan con una entidad financiera como cualquiera otra que, si no quiere, no está obligada a revertir en la sociedad una parte sustancial de lo que gana, ni a comprometerse con el desarrollo y el bienestar del territorio al que sirve. Como sociedad anónima con ánimo de lucro, el objetivo del banco es crear valor para los accionistas y repartir entre ellos cuanto mayores dividendos, mejor. La labor social es lo de menos.

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