Por navidades, ya se sabe, hay que leer la Monadología de Leibniz y, ya puestos, sacar algunas enseñanzas para el presente más inmediato. Dice el filósofo del optimismo -debería ser elevado a los altares laicos como medicina contra el desánimo que tanto engorda con la crisis- que "cabe también afirmar que Dios, como Arquitecto, satisface en todo a Dios, como Legislador, y que, por tanto, los pecados deben conllevar su pena por el orden de la naturaleza y en virtud, precisamente, de la estructura mecánica de las cosas, y que las buenas acciones, asimismo, obtendrán sus recompensas por vías mecánicas respecto de los cuerpos, aunque esto no pueda ni deba suceder siempre de inmediato".

La verdadera cuestión está en las últimas palabras: la virtud siempre cobra, pero, ay, es una letra que puede llevar mucho tiempo en hacerse líquida. El ser humano maduro sabe que las recompensas requieren paciencia -por eso Freud definió a los niños como perversos polimorfos: quieren que los premios sean inmediatos-, pero ¿cuánto tiempo es preciso esperar? Leibniz habla de las mónadas, esas sustancias que... sospecho que refiere las recompensas al individuo o a sus sucesores -a fin de cuentas carne de la misma carne- y ahí es donde entran los De Guindos Brothers -prometí enseñanzas de actualidad y cumplo- con sus propuestas de cambio en la línea de todos los revolucionarios de aquí, allí y allá y desde el principio de los tiempos: sacrifícate ahora, amigo Juan Español, que tus esfuerzos serán sin duda recompensados. Como doy por hecho que los De Guindos Brothers han leído y a fondo a Leibniz, es obvio que se acogen a su sentencia, así que prometen el paraíso -"aunque esto no pueda ni deba suceder siempre de inmediato", que dijo el filósofo- y prescriben un infierno para ya mismo, atizado de más impuestos, menos prestaciones sociales y ruinosa soberanía nacional. Bueno, el optimismo ha resultado ser bastante pesimista.