Dos noticias del mismo día. Una: la ministra de Empleo, Fátima Báñez, anuncia que el Gobierno español volverá a hacer compatible cobrar la pensión de jubilación y trabajar a tiempo parcial. La otra: el jefe del Gobierno sueco, el conservador Fredrik Reinfeldt, plantea retrasar la jubilación hasta los 75 años. Y añade que una persona cansada de un trabajo duro no debería pasar de golpe a la jubilación, sino a otro trabajo sin tanta exigencia física.

Esto es lo que había sucedido siempre en las estructuras productivas familiares, fueran casas de campo o negocios urbanos: los abuelos eran relevados de las tareas más duras, pero no dejaban de faenar en una cosa u otra hasta hasta el resto de sus días. Todo el mundo producía: incluso modernamente, los niños se ponían a ello en cuanto volvían de la escuela. Este esquema no se plantea en el mundo de las relaciones laborales asalariadas, pero ahora mismo es un factor diferencial de algunos negocios regidos por asiáticos.

El comentario del sueco y el anuncio de la española señalan una misma cosa: que todos los gobernantes intentan coger por los cuernos el reto de la desproporción creciente entre cotizantes y pensionistas. Si uno de cada dos jóvenes nórdicos vivirá hasta los cien años, según los demógrafos, ¿es soportable un sistema que ofrezca 40 años de pensión al cabo de 35 de trabajo? Después de todo, la jubilación a los 65 años se estableció cuando la esperanza de vida no llegaba a los 70. Hoy, en cambio, se jubila gente en plenas facultades mentales y en buena condición física, apta para mil ocupaciones.

El planteamiento parece correcto... siempre y cuando haya trabajo para repartir. Ahí está la madre del cordero. Muchas de las prejubilaciones que tanto preocupan al actual Gobierno, y que han preocupado todos los anteriores -pero que las seguían permitiendo y subvencionando- no son más que despidos por reducción de plantilla. Si las empresas no se ven con ánimos de dar trabajo a los mayores de 60 años, ¿cómo van a ofrecerlos a quienes pasan de los 65? Si no es que la reforma sirve para que los jubilados activos hagan jornadas de ocho horas declarándo sólo cuatro y por un sueldo mucho menor del que pediría un trabajador sin pensión.

Para salvar las cuentas de una Seguridad Social que deberá mantenernos vivos y medicados hasta los cien años, es necesario que haya mucha más gente trabajando y cotizando. Pero ahora mismo los jóvenes no encuentran empleo y los nacidos antes de 1950 son el primer objetivo de los ERE. La cuestión no es la edad legal de jubilación. La cuestión es querer trabajar y no poder.