Los dos aspectos más preocupantes de nuestro sector económico exterior son el saldo negativo de la economía española en sus relaciones con Europa y el endeudamiento del sector privado. Las economías de los estados de la Unión Europea están tan vinculadas que, hoy en día, resulta imposible cualquier alternativa económica nacional independiente. Hasta tal punto hemos perdido competencia en el ámbito externo que el concepto de comercio exterior ha pasado, formalmente, a ser una competencia de la Unión Europea. Actualmente, exportamos a los demás países comunitarios en torno al setenta por ciento del valor de nuestra producción y recabamos de la Unión el sesenta por ciento de las importaciones; este saldo negativo indica que nuestra economía no genera el ahorro suficiente para financiar nuestra inversión.

Sin embargo, para medir con claridad el resultado de estas relaciones económicas como efecto de la integración, hay que distinguir el efecto de mercado y el efecto de cohesión. El primero recoge los intercambios anuales producidos en la economía, relativos a bienes, servicios, rentas y otras transacciones, que, tradicionalmente, presentan un saldo deficitario para España debido, sobre todo, al incremento desmedido de la deuda externa y al estancamiento de los servicios, lo cual pone de relieve la falta de competitividad efectiva de nuestra economía, que ya no podemos solucionar devaluando la peseta. El efecto cohesión, por su parte, refleja la diferencia entre lo que España aporta al presupuesto europeo y los retornos que recibe de la Unión, cuyo saldo nos fue, tradicionalmente, favorable, hasta que, hace unos años, los retornos comenzaron a mermar, de manera que a partir del próximo año 2013 desaparecerán, debido a la adhesión de los nuevos miembros a la Unión Europea, que ahora incluye los países del este de Europa y por ello se ha producido una mayor convergencia de nuestra economía con el nivel medio de todos los estados miembros. El impacto económico del efecto integración, es decir, el saldo de mercado más saldo de cohesión, muestra un horizonte claramente negativo para España, cuyo endeudamiento alcanza desde hace unos años cifras que amenazan nuestra credibilidad. A todo lo cual se suman los efectos de la crisis económica internacional, que es resultado de una imprudente liberalización financiera internacional sin límite ni control, consecuencia de la globalización económica y social que, sin embargo, no ha venido acompañada de una auténtica libertad de circulación de mercancías, servicios o personas en el ámbito mundial. Esto ha tenido consecuencias agravadas para España por efecto de las políticas internas que fomentaron el negocio fácil apoyado en créditos sin fundamento, incrementando el derroche en consumos e inversiones improductivas que ha sido reiteradamente cubierto con préstamos del exterior.

Para vislumbrar soluciones las medidas deben tener en cuenta la poca solidez de nuestra economía, que debe fomentar la iniciativa privada y la creación neta de riqueza y tener en cuenta que nuestro nivel de endeudamiento ha generado un deterioro importante de credibilidad aunque no es superior al nivel de endeudamiento de otros países desarrollados; pero resulta que algunos de éstos, como Francia y Alemania, son acreedores nuestros; otros tienen en sus manos las agencias de clasificación y los medios de comunicación más influyentes que marcan las líneas de opinión e influyen en los criterios de decisión.