Aunque solo sea por aquello de la curiosidad, me encantaría encontrarme con un liberal. Con uno de veras, al margen de los que escriben ensayos, artículos y columnas defendiendo el laissez-faire y citan, de paso, los argumentos de Adam Smith en demanda de la regulación automática del mercado. El cuerpo doctrinal de Von Hayek, por ejemplo, está clarísimo: la intervención de los poderes públicos para enderezar según que situaciones comprometidas es, por benéfica y oportuna que pueda parecerles a algunos ingenuos, una catástrofe. Lo suyo, pues, es dejar que actúe esa "mano negra" -en un sentido nada peyorativo del término- de las leyes de la economía para que se imponga el equilibrio natural.

Cuánta sabiduría y cuánta sensatez. Todos sabemos que los voluntarismos no llevan a ninguna parte y que, una vez que la pasta se sale del tubo del dentífrico, no hay forma de volverla a meter en él. Viva el liberalismo. Pero ¿dónde están esos liberales de postín cuando en verdad hacen falta? ¿Qué ha sido de ellos en el último episodio intervencionista, el de las ayudas a Bankia? Cabría pensar que no hay mejor entorno para dejar vía libre al funcionamiento automático del mercado que el de los negocios financieros. ¿Qué quiebra un banco? Bueno; eso forma parte de las reglas del juego que, al decir de los liberales, son las únicas que garantizan nuestro bienestar. Ir contra ellas es harto arriesgado.

Sorprende que liberales tan convencidos como el presidente del Gobierno y sus ministros de Economía y Hacienda hayan arrojado por la borda sus convicciones en el caso de Bankia. ¿Por qué será? El asunto es de los que claman al cielo: ese nuevo regalo que se le va a hacer con fondos públicos a la entidad privada se suma a los más de 30.000 millones de euros -¡cinco billones, es decir, millones de millones de pesetas!- ya dados antes como aportación o aval. La nueva inyección de fondos públicos se nos vende como un préstamo al 8%, pero semejante broma no cuela. Bankia no podrá devolver jamás semejante deuda a un interés así y, al final, el Estado se quedará a cambio unas acciones que no valdrán nada. Así que todo el recorte en sanidad y educación, más todo el aumento de impuestos que estamos padeciendo, va a irse en ayudas a un banco privado.

Ya digo; me gustaría mucho encontrarme con un liberal. Me gustaría aún más que quienes dicen serlo se mostrasen consecuentes y ejercieran de tales; en particular cuando nuestras haciendas y hasta nuestras vidas dependen de sus decisiones. Pero como ni un solo párrafo de la doctrina liberal justifica la trasgresión feroz de las reglas hecha en el caso de Bankia, habrá que buscar en otro lado las razones. ¿Será tal vez que se trataba de ayudar a los amiguetes, a notorios liberales como Rodrigo Rato, sacrificado al cabo -porque no había otro remedio- pero con una indemnización de las que dan vértigo para aliviarle en tan amargo trance? Sea como sea, qué curiosa forma de seguir las enseñanzas de Smith, de Friedman y de Von Hayek.