Francia acaba de demostrar la utilidad de su sistema electoral a dos vueltas. En la primera cada partido pone encima de la mesa sus apoyos y en la segunda se decide entre dos opciones cuál de ellas va a gobernar. Es un sistema que facilita bastante las cosas a los electores y a los partidos. No hay mayorías absolutas en la primera, pero el sistema promueve con su segunda vuelta que los electores más que los partidos fabriquen un poder estable con legitimidad más que suficiente. En España todo es más complicado. Solo si se obtiene la mayoría absoluta hay garantías de gobierno estable durante toda la legislatura. Al PP le cuesta alcanzarla pero si la consigue, lo que costará y mucho será derribarle. Al PSOE, lejanos ya los tiempos de González, se le han complicado mucho las cosas. En tiempos la colaboración de IU para impedir gobiernos populares estaba cantada antes de cada elección. Ahora lo de IU no es de fácil comprensión y a la hora de pactar donde tienen posibilidades de gobierno los socialistas pueden encontrarse con cualquier cosa. En Andalucía está en el gobierno de Griñán porque lo quisieron las bases del partido, en Asturias apoyará a Javier Fernández sin asumir consejerías porque así lo decidieron las bases y en Extremadura no quisieron hace un año apoyar a los socialistas y dejaron el gobierno en manos de un PP sin mayoría absoluta. En principio parece un comportamiento rigurosamente democrático porque las bases del partido son las que deciden, pero visto desde la perspectiva de sus votantes a los que no se les consulta tan importante asunto, aquel comportamiento puede merecer otro calificativo. Y desde una más global, la que interesa a toda la ciudadanía, parece exigible que ese asunto quedara claro en la campaña electoral. IU dentro o fuera de un gobierno con el PSOE juega la carta radical y no será ni en Andalucía ni en Asturias un apoyo fácil ni garantizado. Como tampoco lo son los nacionalistas de izquierdas con los que ya ha tenido experiencia de gobierno en Galicia, Baleares o Cataluña. Mientras dura la sociedad en el poder resultan socios incómodos y cuando dejan de serlo porque pierden las elecciones y el gobierno, su relación es del tipo de si te he visto no me acuerdo.

Así el PSOE tiene difícil la vuelta al poder y debería reflexionar sobre sus alianzas. Si el apoyo de UPyD en Asturias se consolida, podría estimularle a extender las relaciones en otras autonomías y a nivel estatal. En el Congreso los parlamentarios de UPyD son críticos con el gobierno del PP y en todas partes han hecho de la distancia con los nacionalistas su principal banderín de enganche. En cuestiones socioeconómicas no parecen alejados del elástico espacio socialdemócrata. Son laicos y su lenguaje está próximo, también en los excesos, al de muchos ciudadanos. Es cierto que pactar con las minorías no es fácil pero, dados los nuevos planteamientos de IU, tanto ideológicos como tácticos, y las dificultades profundas e irreductibles que siempre presentarán los nacionalistas, los socialistas por lo menos deberían explorar ese camino.