Mientras nuestros políticos se enfrascan en interminables discusiones sobre si Grecia debe ser de la Eurozona o de la conveniencia o no de mutualizar la deuda de los países acusados de despilfarro, pierden muchas veces de vista el horizonte.

De los peligros derivados de la miopía política alertaba justamente el británico Jon Moynihan, formado en Oxford y en el Instituto de Tecnología de Massachusetts y actualmente al frente de la consultora PA Group, en una conferencia que pronunció en la London School of Economics bajo el spengleriano título de La decadencia de Occidente.

Sus más recientes declaraciones al semanario francés Le NouvelObservateur, en las que abunda en las tesis expuestas en aquella conferencia sobre la catástrofe que aguarda a Occidente si persiste en su actual rumbo, constituyen un nuevo toque de atención.

Moynihan no es un hombre dado a las especulaciones y parte siempre de cifras y hechos concretos a la hora de formular sus pesimistas pronósticos.

La primera explicación y la clave de todo es la enorme disparidad entre el salario medio diario de un trabajador en los países de la OCDE y el de su equivalente en las zonas urbanas de dos países emergentes como pueden ser China o la India: 135 dólares frente a 12 dólares. En una economía global como la actual es imposible mantener un nivel alto de empleos bien remunerados en Occidente.

Si bien es cierto que en los países emergentes los salarios han comenzado a aumentar, no hay que olvidar que existe en sus zonas rurales todo un ejército de reserva de 1.300 millones de adultos que viven con menos de dos dólares al día dispuestos a tomar el relevo conforme esos mismos países vayan trasladando allí las fábricas y que hay también otros países de mano de obra más barata como es Viena.

En vista de todo ello, está perdida de antemano la lucha contra la bajada de los salarios de los trabajadores no cualificados de nuestros países, advierte el experto, que predice que para el año 2025, el salario occidental medio puede haberse reducido a la mitad de lo que es ahora debido al efecto combinado de la inflación y la devaluación de la moneda.

Sean o no exageradamente alarmistas tales previsiones, el retorno a ritmos de crecimiento medio anual de un 2% tanto del número de empleos disponibles o de un 3% del salario real es totalmente ilusorio.

Los empleos susceptibles de desplazamiento van a emigrar a países de salarios cada vez más bajos. Es algo que ha ocurrido ya con industrias enteras como la siderúrgica o la electrónica de consumo, que pasa ya con el automóvil mientras que mañana le tocará el turno a la aeronáutica.

Y Moynihan ofrece un ejemplo muy elocuente del proceso que describe: en 1955, la empresa de mayor capitalización bursátil de entonces, General Motors, empleaba a medio millón de trabajadores en Estados Unidos y a 80.000 en países extranjeros. Mientras que para su equivalente de hoy, Apple, sólo trabajan 4.000 personas en Estados Unidos mientras que el resto lo hace en países asiáticos.

Sucede además que los países emergentes no se limitan ya a proporcionar mano de obra barata y poco cualificada y a fabricar objetos de bajo precio de mercado, sino que suben cada vez más peldaños en la escala del valor añadido e invierten inteligentemente sus excedentes comerciales en educación, investigación y altas tecnologías, lo que les convertirá pronto, si no lo son ya en muchos casos, en nuestros mayores competidores.

Moynihan pone el ejemplo de China, que ha pasado de no tener prácticamente ningún invento patentado en 1995 a representar cerca del 10% del total de patentes registradas, y agrega que si bien las mejores universidades siguen siendo las de Occidente, los países emergentes se aprovechan de ellas al enviar allí a estudiar a sus futuras elites. Así, en el Reino Unido, por ejemplo, un 60% de los diplomados de las escuelas superiores de ciencias, tecnología, ingeniería y otras carreras técnicas son extranjeros.

El experto británico critica por otro lado el modo en que los gobiernos occidentales reaccionaron a la crisis y de modo especial la decisión, iniciada por el entonces presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan en Estados Unidos, de "inundar el mercado de liquidez" porque esa política de dinero fácil ha permitido que gobiernos, empresas y familias se endeudasen masivamente para mantener su nivel de vida.

Para Moynihan, la única forma de salir del círculo vicioso en que nos encontramos en Occidente es "reorientar el gasto público" hacia los dos tipos de inversiones que son las que mejor garantizan el crecimiento: la educación y las infraestructuras: desde las redes ferroviarias de alta velocidad hasta las telecomunicaciones de última generación.

De ahí que critique el que los gobiernos hayan dejado que se devaluase la función de enseñante: así en 1930, nos explica, en Estados Unidos, el 90% de los estudiantes que optaban por la docencia estaban entre el tercio mejor de su promoción mientras que hoy son sólo el 20%. Y, como se desprende de las estadísticas de la OCDE, los países que arrojan los mejores índices de lectura son precisamente aquéllos cuyos enseñantes están mejor remunerados.

Justo todo lo contrario de lo que está ocurriendo aquí y ahora. ¡Y luego dicen que hay que competir!