Como el príncipe del cuento, Cristiano Ronaldo está triste y nadie sabe explicar los motivos de ese súbito decaimiento. En el último partido contra el Granada no celebró los dos goles que marcó y luego se dejó ver ante la prensa con el gesto compungido del galán al que acaba de dejar la novia por un tío más bajo y más feo y aún no ha digerido la sorpresa del desenlace. Después, trascendió que, días pasados, el futbolista portugués se había presentado en el despacho del presidente del club para pedirle que lo traspasase a otro equipo y así dar salida a ese enojoso conflicto interior. En los medios se han ofrecido estos días varias razones para justificar esa postura. Unos especulan con que el jugador quiere que le mejoren el contrato y alarguen su vigencia varios años más, cubriéndolo materialmente de oro hasta el fin de su existencia. Otros, con que está enfado con don Florentino Pérez por no haber hecho valer sus influencias ante la UEFA para que lo nombrasen mejor jugador de Europa en vez de Andrés Iniesta, campeón del mundo y de Europa, en dos ocasiones, con la selección española. Y unos terceros, con que está inmerso en un dilema amoroso al pronunciarse su madre en favor de una novia portuguesa y en menoscabo de una novia rusa que era hasta la fecha su compañera habitual. Pero tampoco faltan quienes juzgan su conducta como propia de un niño caprichoso y mal criado. Una persona que cobra diez millones de euros netos al año en una situación de penuria creciente tanto en el país en que trabaja como en aquel de donde procede, no puede quejarse de su suerte, sin ofender a los demás. Los que hacen esta crítica tienen una buena parte de razón, aunque no toda. Los que hemos leído, siendo niños, cuentos sobre príncipes, princesas y seres favorecidos por la fortuna, sabemos que la riqueza no es un remedio eficaz para la melancolía que, al fin y al cabo, es un rasgo de carácter irremediable. Y menos aún si la persona afectada por ella es un portugués. Los portugueses, de toda clase y condición, son propicios ha dejarse ganar por la tristeza bajo diversas formas. Unas positivas y otras negativas. El escritor Teixeira de Pascoaes en su libro El arte de ser português diferenciaba nítidamente la "saudade", un sentimiento positivo superador de la desgracia ("sorriso de esperança" le llama el poeta), de la "vil tristeza", que es como una "saudade" cadavérica dentro de un ataúd. La 'saudade' en su más alto sentido -dice Teixeira de Pascoaes- significa la divina tendencia del portugués hacia Dios; pero en su expresión decadente, patológica, representa la tendencia del portugués hacia lo fantasmal". No sabemos si, de haber vivido ahora, Teixeira de Pascoaes le hubiera aplicado a Cristiano Ronaldo (e incluso a don Florentino Pérez) el apelativo de "fantasma", pero seguramente se lo tendría bien merecido. El vate de Amarante dejó establecido en su libro que entre los defectos del alma patria se contaban la falta de persistencia, la vil tristeza, la envidia, la vanidad susceptible, la intolerancia y el espíritu de imitación. Nadie como un portugués para juzgar a otro.