Es de ver y no creer tanto la cantidad de palabras que aprendí gracias a las agotadoras retransmisiones de la Olimpiada londinense como la confusión en que desde entonces me veo sumido. Me han quedado planchados los conceptos de "con tirabuzón", "inverso", "caballo con arcos", "ippon", "shido", "remo en couple"... incluso cosas tales como "sky arc" o "cubre boya". Sin embargo, al pasar el tiempo que es un primor, ya no recuerdo, a un mes vista, si un "keirin" es un lance del judo o una pirueta de una gimnasta; si un "ballet leg double position" se refiere al gesto de estreñimiento máximo de un halterófilo o fuera acaso una cabriola; si el "skeet" designa una fase del triatlón o un típico postre que se toma junto al Támesis. Pero lo que no he conseguido limpiar de mi memoria ni con agua caliente han sido los comentarios a la sesión inaugural debidos a las voces de María Escario, Paloma del Río y Ernest Riveras.

Vale que, por ejemplo, María Escario haya asumido sus errores, bien está. Sin embargo, ¿no hay en toda la TVE alguien con unos conocimientos elementales de la lengua española y algún otro alguien con una cultureta general a quienes se habría podido encargar la retransmisión oral de aquella alabada, criticada pero solemne sesión? Claro que todos cometemos fallos, sí, señor. No obstante, tiempo hubo de sobra para estudiar de qué iba aquel acto, para asesorarse, para elaborar un guión. Tiempo hubo, digo, para no meter así la pata. Ejemplo primero: vemos en pantalla al grandísimo actor Kenneth Branagh; va vestido de época (siglo XIX), lleva un libro bajo el brazo (que no abre) y declama unos párrafos en inglés. Entiendo que la función de los comentaristas es la de ilustrarnos sobre lo que está diciendo, ya que no todos los telespectadores sabemos inglés. Pues allá va lo que oímos en nuestra tele pública: "El actor acaba de leer un poema de Shakespeare, La tempestad". No y no. No leyó: declamó, es decir, recitó con la entonación, los ademanes y el gesto convenientes. La tempestad no es un poema: es una obra teatral, si no la mejor, de entre las mejores de Shakespeare, llevada al cine, cantada, mil veces representada. La cosa sigue y aparecen en pantalla las sufragistas, las personas que, en Inglaterra a principios del siglo XX, se manifestaban a favor de la concesión del sufragio femenino. Pues allá va lo que oímos en nuestra tele pública: "Ahora aparecen las 'sufraguistas".Y la compañera de quien primero metió la pata vuelve a repetir "sufraguistas", lo que equivaldría a llamar "Guijón" a Gijón, "guigante" a gigante, "guilipollas" a gilipollas. ¿Existe acaso un "sufraguio" universal? Sigue el espectáculo y se nos informa de que estamos asistiendo a la demostración de los logros de Gran Bretaña a lo largo del tiempo. Gran Bretaña es una isla, no un Estado. Al decir los logros de Gran Bretaña se deja fuera de lo que se quiere decir a Irlanda del Norte y a un buen puñado de pequeñas islas. Porque se quiso decir "los logros del Reino Unido", no los logros de Gran Bretaña. Y en el Reino Unido entran Irlanda del Norte y esas islitas. Ejemplo cuarto: aparece el actor Daniel Craig interpretando a James Bond, y me caigo del sofá cuando escucho el comentario: "¡Huy, qué mocetón!". ¿Estamos retransmitiendo una ceremonia inaugural o tomando unas copitas que nos sueltan la lengua? No quiero pensar la que se habría armado si un varón hubiera saludado con un "¡Uf, menudo tipazo!" o "¡Caray, vaya tiarrona!" la aparición de una mujer en aquel acto. Su emasculación hubiese sido lo menor que para él pedirían las redes sociales.

Las cosas bien dichas bien parecen. Porque, si no, acabaremos hablando como cierto piloto de coches, quien al anunciar por la radio su acuerdo con una escudería afirmó que se produjo "de palabramente hablando". A ver si mejoramos algo cuando nos expresemos "de palabramente", mecachis en la mar.