Rajoy y la derecha española, querida Laila, no tienen un proyecto político distinto del programa neoliberal global que consiste, con respecto a Europa, en acabar definitivamente con la llamada anomalía del capitalismo, que es el Estado Social, y dejar paso libre a las políticas neoliberales, donde el Estado ha de reducirse y limitarse a mantener el sistema y a embridar las aspiraciones sociales. Lo que sí tuvo Rajoy es un plan concreto para alcanzar el poder con mayoría absoluta, que consistió en coadyuvar en el desgaste de sus adversarios, aún a costa del deterioro general y sin explicitar nunca su verdaderas intenciones políticas. Por ello Rajoy, desde la oposición, decía que sabía lo que había que hacer pero no decía qué, limitándose a señalar únicamente qué cosas no haría. Llegado al poder, se dice que Rajoy traicionó su programa electoral, lo cual no es exactamente cierto porque muy poco o nada había propuesto en él, sino que lo que incumplió fue su reiterada promesa de no hacer lo que luego hizo y que justificó diciendo que no le gustaba, pero que no tenía más remedio ni había otra alternativa. No subiría impuestos y los subió; jamás subiría el IVA y lo hizo; no recortaría los servicios públicos ni mermaría los derechos sociales y los está machacando: desde la sanidad a la enseñanza, desde la cobertura a los parados a los derechos de los dependientes. En este sentido sí es verdad que Rajoy sabía lo que tenía que hacer, como también es verdad que lo está haciendo, claro que sin que nadie supiese nunca, antes de que pisara la Moncloa, qué era aquello que quería hacer.

Zapatero, a su vez, arrancó tratando de desarrollar su proyecto electoral y algunas cosas hizo. Solo que, llegado un momento, no pudo más, trató torpemente de resistir en el poder y traicionó de forma evidente su programa electoral, en lugar de dimitir en aquel mismo mes de mayo fatídico y someter el cambio de las circunstancias y su propia impotencia al juicio de las urnas. Zapatero fue un incapaz y un ingenuo y Rajoy es un ladino. Aquella incapacidad y esta artería contribuyen mucho al desprestigio de la política, cuando la política más falta hace, siembran el desconcierto y la desafección, hacen crecer la desconfianza colectiva e incrementan el sufrimiento y la desesperanza. Y lo peor de todo: dañan gravemente a la democracia misma.

Quizá lo único positivo de todo esto es que la gente está aprendiendo a leer mejor las palabras, los silencios y las decisiones de los políticos. Es una lectura entre líneas, semejante a la que hacíamos, en clave nacional, de las crónicas internacionales de Haro Tecglen durante la dictadura. Por eso no es extraño, querida, que ante la convocatoria anticipada de las elecciones gallegas, mucha gente haya pensado: "¡Coño! Ahora vienen a por las pensiones". Parecería excesiva la conclusión, pero a los pocos días Rajoy se despacha con la siguiente taimada declaración: "Digo lo mismo que en julio. Hemos tomado decisiones no gratas para muchos, pero las personas que tienen más dificultades y que, por edad, ya no pueden dar la batalla como un chaval de veinte años son los pensionistas, y no tengo intención de cambiar el statu quo en este momento". ¡En este momento! Ahora ya sabemos lo que se nos viene encima si el resultado electoral en Galicia no le propina una patadita a Rajoy en el culo de Feijóo.

Por eso creo, querida, que en este otoño electoral y caliente lo mejor, o lo menos malo, que puede sucedernos es que en EEUU gane Obama y que pierda Feijóo su mayoría en Galicia. Lo contrario sería un desastre. En el fondo, se trata de una misma competición a doble partido, en uno de los cuales jugamos nosotros y tenemos mucho que perder.

Un beso.

Andrés