Cenas de verano, frente al mar, en casa, con amigos de paso, con algún familiar. Los temas de conversación se repiten: el paso de los años, la lectura, los niños, la memoria como el denominador común de la amistad, nuestro horizonte de futuro amenazado por la realidad sombría de la crisis. A principios de julio, quedamos con X. y su mujer, compañera de trabajo de la mía durante años. X. es directivo en una gran multinacional española y acaba de estrenar los cuarenta. Al charlar con él -nos vemos una o dos veces al año-, nunca deja de asombrarme la velocidad con que establece símiles insospechados o relaciona estructuras aparentemente distintas. Hablamos del mundo corporativo y de la crisis social, de las trabas burocráticas -Bruselas como un nuevo monstruo de la Razón- y de la ausencia de un poder global capaz de liderar las respuestas a los desafíos de hoy. Hablamos del último título del polémico ensayista Ian Bremmer, Every Nation for itself, que marca el paso de la Conferencia del G-8 a la irrelevancia actual de los Estados, una especie de G-Cero: "en un contexto así -me dice-, la posibilidad de una vuelta atrás, en forma de mayor proteccionismo y de trabas a la libre circulación de bienes y personas, resulta evidente". Finalmente hablamos del deterioro que acecha a las clases medias europeas: "Vivimos entre espejismos y basta un chasquido para hacer estallar la convivencia. No digo que vaya a suceder, pero a lo largo de la historia siempre ha sido así. Me preocupa especialmente esa generación entre los 16 y los 28 años, que ha vivido inmersa en un relato de prosperidad, que ha hecho lo que se le ha dicho que tiene que hacer y que ahora se encuentra sin futuro. Eso puede ser un polvorín. Pienso mucho en Zimbabue. Por el trabajo, he residido un tiempo en África. Una ciudad que me sorprendió fue Harare, la capital de Zimbabue. El lugar me encantó, la gente salía a hacer jogging por la mañana, se respiraba una tranquilidad como de clase media. Un día, en el trayecto al aeropuerto, el taxista me dijo que todo eso era un espejismo, que en el campo nada era igual. Unas semanas más tarde, empezó la violencia en las granjas del país y pronto se extendió por la capital".

"Sé que el ejemplo es exagerado y que Europa y África constituyen realidades muy diferentes. Lo que me interesa es señalar la debilidad de la civilización. Imagina las frágiles capas de hielo que se forman en agosto y que, al reflejar la luz solar, bajan la temperatura y acrecientan la glaciación. Aunque contradiga la intuición, lo crucial son las finas capas de hielo veraniegas y no las montañas nevadas del invierno. Los equilibrios resultan tan precarios que predecir el futuro me parece una labor imposible".

"No, no soy un pesimista -prosigue ante mis preguntas-. Creo que España es un país que tiene solución y que, por poco que lo rieguen, cuenta con un gran potencial. Estoy convencido de que China está llamada a ser uno de los grandes ejes de crecimiento del siglo XXI, aunque solo sea por todo lo que tiene que poner en valor. El capitalismo todavía es lo suficientemente flexible. Sucede, sencillamente, que la digestión será lenta, los equilibrios son endebles y que perdemos de vista el largo plazo; más que nada, porque a veces no disponemos de ese caudal de tiempo".