Cinco años después de comenzar la crisis (aunque ahora dicen que Draghi ha salvado el euro; veremos), no paran de llegar informaciones que revelan un hecho poco creído al principio de la misma: las condiciones de vida para buena parte de la población occidental (y aún más en los países más castigados, como España) retrocederán en el tiempo muchos años. La incógnita está hasta cuándo llegará el viaje al pasado.

Por ejemplo, hace semanas, el responsable para Europa de un líder mundial en productos de consumo afirmaba que la pobreza regresa al Viejo Continente. Por ello, su empresa decidió aplicar estrategias de mercados emergentes en Grecia o España, como la venta de detergentes en dosis para cinco lavados o paquetes individuales de puré de patatas.

La siguiente muestra ocurrió la última semana, al saberse que la troika que supervisa a Grecia pidió al Gobierno heleno, como sugerencia para seguir recibiendo ayuda... la instauración de la semana laboral de seis días (como existía aquí hasta los años 60-70). Aunque se ha resaltado la incongruencia de hacer trabajar más a los griegos (al ser los miembros de la UE con más horas de trabajo anual), se olvida que se logra una rápida devaluación salarial con la medida (mismo sueldo y ocho horas más de trabajo).

Situaciones como esta nos llevan a la tendencia clave de las economías occidentales durante los últimos años y que la crisis ha acentuado: la pérdida de peso de las clases medias (incluso en EEUU, donde Obama afirma que la cosas están mejor que en 2008, la gente ubicada en ese estrato ha pasado del 61% en 1971 al 51% en 2011). Por lo que, cuando acabe la crisis, las cosas no volverán al próspero 2007. Eso es lo que el ciudadano no ha asimilado aún.