Son, a lo que parece, una especie en extinción: las pequeñas librerías. ¿Qué lector apasionado no ha tenido y, con suerte, sigue teniendo aún la suya en el barrio donde vive o trabaja?

El escaparate de esas librerías es siempre como un pequeño muestrario donde se juntan obras que uno ha leído con fruición alguna vez -Faulkner, Onetti, Svevo, Musil, Handke y tantos otros- y nuevas publicaciones que a uno le gustaría leer.

Dentro, el dueño o algún solícito dependiente, conocedores de los gustos del cliente, se permiten aconsejarle una novedad que éste aún no conoce y que no ha tenido aún mención en ningún suplemento cultural del periódico que lee habitualmente. Muchas veces sigue una amistosa discusión sobre lo último que uno ha leído o sobre alguna crítica que ha aparecido en la prensa y con la que uno tal vez no está de acuerdo.

Gracias a esas pequeñas, casi íntimas librerías, uno ha podido, por ejemplo, entre muchas otras cosas, conocer últimamente la obra de ese gran periodista y escritor sevillano que se llamó Manuel Chaves Nogales, cuyos lúcidos relatos y reportajes sobre la guerra civil española, la Francia ocupada o la Rusia posrevolucionaria constituyen aún hoy una apasionante lectura.

Ese tipo de librerías, insisto, corren auténtico peligro. Muchas han desaparecido ya, incapaces de resistir frente a las grandes superficies, por un lado, y las empresas como Amazon, que en Estados Unidos, por ejemplo, representan, sobre todo gracias al libro electrónico, una amenaza incluso para las grandes cadenas establecidas como Barnes & Noble. Esta última se ha visto obligada a reaccionar a la competencia que representaba allí el lector Kindle, de Amazon, lanzando su propia tableta, bautizada Nook.

Y está también el otro gigante del sector, el francés Fnac, con fuerte implantación también en España y Portugal, que, según uno ha podido leer en la prensa del país vecino, acaba de inaugurar en París un nuevo gran establecimiento que diversifica su negocio, pues ya no vende sólo libros, sino también aspiradoras y otros aparatos electrodomésticos.

Por cierto que Fnac, atento al peso creciente del libro electrónico en todo el mundo, ha lanzado también un lector de ese tipo, el Kobo, gracias a un acuerdo con un grupo japonés, que lo compró a su vez a la cadena canadiense que lo desarrolló inicialmente.

Uno tal vez peque de injusto al relacionar ese tipo de comercios sobre todo con los superventas y con lo que uno llamaría libros de aeropuerto como los de Dan Brown o el de la británica E.L. James, Cincuenta Sombras de Grey, obra de más que dudosa calidad literaria, que el New York Times calificó de "pornografía para mamás", pero de la que, gracias a la publicidad que lo ha rodeado desde su publicación, se llevan ya vendidos millones de ejemplares en todo el mundo.

Es cierto que en esas grandes cadenas de librerías se venden asimismo otro tipo de libros, pero también lo es que en ellas difícilmente encontraremos a un empleado capaz de aconsejarnos alguna obra de la que no se haya hecho aún publicidad en la televisión, algún ensayo o poemario nuevos.

Sí, en esas pequeñas librerías cuya suerte parece estar ya echada, jamás tendremos que deletrearle al empleado los nombres de Steinbeck, Broch o Melville, como a uno le ha ocurrido más de una vez en las grandes superficies.

Aunque todo sea al final mercancía, un libro no es lo mismo que un zapato.