A José Manuel Lage Tuñas se la tenía jurada demasiada gente. Él no podía ignorarlo. En los últimos años se había buscado enemigos cada vez más poderosos, que antes o después, en cuanto la ocasión lo permitiera, iban a pasarle factura, como así ha sido. El diputado socialista más activo y trabajador de la pasada legislatura es excluido de las listas de su partido para las elecciones autonómicas del 21 de octubre. No volverá a sentarse en el Parlamento gallego, a donde llegó en 2004, dicen que de la mano de Touriño, de quien fue uno de los colaboradores más fieles y cercanos (algo por lo que también puede estar pagando ahora).

En su momento tuvo la osadía de atreverse a disputarle al entonces todopoderoso Salvador Fernández Moreda la dirección del PSOE en A Coruña. Perdió y pagó por ello el precio de quedar un tanto relegado en el grupo parlamentario. Así y todo siguió currando como el que más al tiempo que daba batallas de contestación interna que, a la larga, tampoco le habrán salido gratis. Pero plantarle batalla al exministro Caamaño en el último congreso provincial ha representado su sentencia de muerte. De nada sirvieron las advertencias de que se retirara a tiempo y de forma elegante para garantizarse la supervivencia. Lage, sin arredrarse ante los mensajes amenazantes que se le hicieron llegar, decidió ir por lana y, como era de temer, salió trasquilado.

De poco le sirvió el amplio apoyo de sus compañeros de Barbanza a la hora de proponerle como candidato de la comarca. La dirección coruñesa le vetó y la gallega no sacó la cara por él como en cambio sí hizo por otros, como José Luis Méndez Romeu, que al final será el número dos en contra del criterio de Caamaño. El secretario provincial acabó comiéndoselo con patatas fritas, después de una amenaza de dimisión con freno y marcha atrás, que acabó en una ridícula y casi infantil pataleta, desde luego impropia de un político serio y con aspiraciones.

Lage es una de las víctimas más significadas -aunque no la única- de un espurio sistema de elección de candidatos, el del PSOE, donde las bases proponen, pero son los aparatos los que al final disponen. Ellos quitan y ponen en función de todo, menos del interés de la ciudadanía. El caso de la lista de los socialistas coruñeses a las próximas elecciones autonómicas es de los que mejor evidencia el excesivo poder que las burocracias partidistas tienen en nuestra oxidada democracia. Queda claro que Alfonso Guerra tenía razón: al que se mueve, sin más lo borran de la foto.

Tanto da que, mientras otros dedicaban sus energías a conspirar contra Pachi, el diputado barbanzano haya currado como el que más en las funciones que tenía encomendadas. Importa poco que actuase de auténtico látigo para el gobierno por su férreo marcaje a la gestión de San Caetano, formulando documentadas denuncias de presuntos fraudes, incumplimientos, ocultaciones, etc. Como se atrevió a discutir decisiones internas y disputar liderazgos orgánicos, además de defender ideas y estrategias propias, y por parecer demasiado ambicioso, ahora se queda compuesto y sin escaño. Su escrupuloso silencio ante la afrenta padecida es, para quienes le apoyan, un ejemplo de responsabilidad y disciplina de partido que la dirección debiera tener en cuenta de cara al futuro. Porque otros, que estaban mejor callados, y con menos motivos no dudaron en echar la lengua a pastar, dejando en evidencia incluso a sus valedores.