Parece dudoso que la Eurozona se entusiasme con la hipótesis de Cataluña como estado europeo. En estos momentos sería otro país rescatado, o a rescatar, si se tiene en cuenta la situación económica que ha obligado al gobierno de Artur Mas a pedir su rescate por España. El repertorio de motivos es variado y adaptable. Los nacionalistas cargan el énfasis en la negativa de Madrid a negociar el pacto fiscal, pero es un hecho que ninguna de las autonomías con régimen fiscal especial se ha salvado de la crisis. Los catalanes intentan cumplir el objetivo de déficit cortando gasto en áreas sensibles, como todos los demás, y en otras prescindibles que no rozan de momento el enorme tinglado de la televisión autonómica, las muchas "embajadas" exteriores, etc. El pacto fiscal puede tener una fundamentación justa y un ámbito negociable, pero la dimensión capaz de excluir a Cataluña del grupo de países que problematizan la estabilidad del euro implicaría una cesión inasumible por el Estado español, y más en estas circunstancias. Por no hablar de vínculos menos monetarios, que existen e importan, este país es el primer cliente de la industria catalana. Relajar vínculos no sería un proceso unilateral, por lo que el plus de ingreso de la plena autonomía fiscal -y nada digamos de la independencia- quedaría contrapesado por presumibles efectos de pérdida comercial. La intransigencia con que exigen el pacto fiscal abona un solapamiento de la muy mejorable administración autonómica. Tal vez no lo sea, pero se asemeja a la elaboración de una culpa, por supuesto ajena.

La manifestación de la Diada, con reclamos como el del "nuevo estado europeo" y la "libertad para Cataluña", acabó limitada al partido de gobierno y a la izquierda independentista, entente coyuntural para la reivindicación pero inviable para la gobernación, como enseña la reciente historia democrática. Moderación y radicalismo se rechazan como el agua y el aceite. Pensando en la eliminación de las tensiones secesionistas de Francia, Alemania, Italia o la propia Irlanda, es probable que las instancias europeas contemplen el problema español como uno más entre los atrasos que nos singularizan. Si ponen la mira en las guerras que atomizaron la región balcánica, apaga y vámonos. Por otra parte, el final de ETA ilustra el sufrimiento causado para llegar a nada. Demasiada experiencia, pacífica o violenta, como para esperar que la UE deje de contemplar algún día el caso catalán como un problema interno de España y se tome en serio un proceso segregador.

La crisis europea, resultado en gran parte de la heterogeneidad de los estados integrados en la unión monetaria, avista por fin el imperativo de una federación política que salve el papel del continente en el conjunto mundial. Desunir lo que está unido es tomar la dirección contraria y remar contra el viento. Pocos creen en que eso tenga algún futuro, pero reiterar amenazas -tan recurrentes, por otra parte- da una imagen penosa por anticuada.