Y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz.

San Juan 3:19

No cabe duda de que el españolismo franquista ha sido históricamente derrotado enhorabuena y que, fenecido o sobrepasado, lo que de él queda -aquello de la españolía-, aunque resulta impagable como coartada, es solamente una peculiaridad pintoresca, residual e inoperante, que alguna vez asoma por entre los pliegues y costuras del poder.

A despecho de su perversidad intrínseca y de la memoria que de ella habríamos de custodiar, desde la Constitución del 78, en este país tan castigado por él, no se denunció con claridad el carácter antidemocrático del nacionalismo periférico, el único totalitarismo hoy rampante en esta España de chichinabo.

No se combatió con resolución suficiente y constante un totalitarismo identitario que, pese a haber calcinado Europa con guerras fratricidas y con los campos de exterminio que levantó, ha gozado entre nosotros de complicidades múltiples e inconfesadas a derecha e izquierda, que lo han glorificado.

Para soslayar el debate, una corriente simplista muy extendida decreta que un nacionalismo engendra siempre otro de signo contrario, como una retroalimentación inexorable.

Así, el victimismo del nacionalismo vasco y catalán sería una consecuencia directa de la iniquidad del régimen franquista, que tanto favoreció al País Vasco y a Cataluña frente a las demás tierras de España, como saben bien los gallegos y extremeños que allá emigraron para que sus hijos y nietos fueran, en muchos casos todavía, txakurras o charnegos.

La reclamación de la asimetría, por otra parte, no sería más que la respuesta, legítima de todo punto, a los agravios y ultrajes que los dirigentes, en provecho propio, inventan con amoroso afán. Al fin, de todos es sabido que, en un sistema como el nuestro, quien manda ha de administrar el presupuesto con criterio horizontal o territorial -los del norte, los del sur, los del este, los del oeste- y no con sensibilidad vertical o social -los de arriba, los de abajo-, sólo porque los bancos ganen siempre en cualquier parte.

De tal modo, la democracia en España es un descomunal fraude colectivo que, con oportunismo complementario, desde el nacionalismo más desvergonzado suele atribuirse a la ubicuidad omnipotente del bunker. Pero en ese bunker no están solamente Aguirre y Botella. Allí con ambas tal vez, están también los dirigentes más conspicuos del nacionalismo catalán y vasco en todas sus variantes. Tocados de un populismo idéntico, ellos se fingen contrapuestos para ocultar intereses convergentes.

Con Aguirre, Mas disputaba ayer todavía por Eurovegas, que convertiría a Cataluña -con una antiquísima tradición de instituciones libres- en una malsana galaxia de putas y trileros.

De cualquier modo, la historia reciente de esta Cataluña es la historia de la ruina a donde la llevó el nacionalismo dominante, tan dado a los fastos como a la exaltación de sí mismo. La historia, triste y canalla, de esta Cataluña de maragalles y pujoles es la historia de una señora que, precipitada en la indigencia, hubiera de pedir dinero al servicio para marcharse.

Aunque el Gobierno de España ha atendido ya el requerimiento, como era de esperar, el nacionalismo catalán sueña el Nou Estat y tendría muy fácil ahora la independencia si no fuera porque tal vez Europa querría cobrar las deudas contraídas y por allí mandan más que nadie los banqueros, especialmente alemanes y holandeses -gente muy seria- a quienes, porque la pela es la pela, esa macana de la barretina, la senyera y hasta la moreneta les da mucho por saco.

Por último, recordemos que en un mes habrá elecciones en el País Vasco donde no podrán elegir los asesinados -obviamente- ni los exiliados. Pronto habrá elecciones allí donde en nombre del euskera se ha dado muerte a quien lo hablaba.

¿Qué sucederá allí con los resistentes y los desafectos al totalitarismo, si quienes ayer los miraban pidiendo a ETA su exterminio -"ETA, mátalos"- hubieran de gobernarlos?

En el proceso de "construcción nacionalsocialista" que podría ensayarse desde dentro del propio sistema, ¿qué memoria habría de prevalecer, cuál sería el reconocimiento de las víctimas, que representaron la justicia y la libertad?

Paul Èluard dejó escrito que si permitiéramos que se apagara el eco de sus voces, nosotros pereceríamos. Pero si él es poeta superior y no mantenido juglar para el encomio, y si esta España de chichinabo tiene por enemiga jurada a la poesía, podríamos recordar al menos que Adolf Hitler alcanzó el poder tras ganar las elecciones. En primer lugar, para acabar con ellas. Todo lo demás vino después.