No me extraña, querida Laila, que te desazones cuando escuchas a nuestros dirigentes políticos dar respuestas simplonas a problemas complejos. "Hoy Galicia paga y Cataluña pide", dijo el Sr. Feijóo un par de días antes de que los catalanes saliesen a la calle reclamando su independencia. Un hecho que conmocionó al país, pero que al Sr, Rajoy le pareció una "algarabía". ¿No será más verdad que hoy los catalanes exigen, que los gallegos, en realidad, seguimos cobrando, a Dios gracias, y que lo de la Diada fue una clamorosa demanda?

Es recurrente en nuestros políticos este tipo de respuestas a realidades incómodas. Cuando el problema viene de otros, lo despachan con un chascarrillo y cuando ellos mismos lo provocan o lo crean, lo disimulan con un eufemismo, normalmente barato. Supongo que lo harán por no abrumarse y con la intención de quitar hierro al asunto pero, en realidad, lo cargan de plomo, porque, en muy poco tiempo, cuando el problema se haga terco como la pura realidad, pasarán del sainete al drama y a la tragedia y del eufemismo a la hipérbole. "¡Es la destrucción de España, o del Estado, o del Estado español!", nos gritarán, entonces sí, con gran algarabía, pero con la misma recalcitrante futilidad. Y nos abrumarán porque, otra vez, la simpleza de la respuesta cegará cualquier salida política razonable.

Sueles reprocharme, amiga mía, que muchas veces te hablo de asuntos y problemas que no están en el orden del día de la agenda política vigente. "Y hay verdad en ello", como decía aquel juez. Pero también es verdad que esos problemas y asuntos están vivos, condicionan de hecho la vida de las gentes y, si no están en la agenda política, es porque esas minutas se construyen con criterios cortoplacistas e intereses inmediatos, a veces poco confesables, de dirigentes con escasa sensibilidad en el presente y nula visión de futuro. Hacen su agenda política, no el programa y la agenda que conviene hoy a las mayorías y que mejor prepararía su futuro. Un ejemplo de esto es la reconocida necesidad de una reforma importante y a fondo de una Constitución como la nuestra, que rindió un gran servicio al país y sus gentes, pero que, cada día que pasa, da menos la talla para responder a nuevas situaciones, problemas y realidades que se nos plantean. Hay un miedo irracional a abordar su reforma sustancial, cada día más perentoria, y la consecuencia será que, si se aborda tarde el cambio, de poco o nada valdrá porque nacerá devaluado.

Tengo para mí, querida, que el reto que hoy nos plantea Cataluña y muy pronto nos planteará el País Vasco solo hallará salida viable y congrua respuesta en una reforma constitucional y, desde luego, no en hipérboles y chascarrillos. Porque no estamos, como pregona la caverna, ante "la destrucción de España o del Estado Español", sino ante su deconstrucción, en el sentido de revisar analíticamente esta estructura conceptual y política para resolver, efectiva y establemente, sus ambigüedades, carencias y contradicciones. Y para tal tarea esta Constitución ya no da. Como también se queda corta para la construcción de la Unión Europea, que cada vez demanda una mayor cesión de nuestra soberanía nacional y un imprescindible y creciente incremento de nuestra participación democrática en las actuales y futuras instituciones europeas.

Si a todo esto añadimos los problemas políticos nuevos o los resueltos a medias, eternamente pendientes, a nuestros dirigentes políticos no les quedará más remedio que abordar claramente una reforma sustancial de la Constitución, más pronto que tarde, y dejarse de simplezas, chascarrillos y ocurrencias. Y esto, querida, con crisis o sin ella.

Un beso.

Andrés