No sé a ustedes pero a mí me pone los pelos de punta ver a esas muchedumbres fanatizadas y vociferantes que matan gente y asaltan embajadas a lo largo y ancho de ese gran arco islámico que va desde Mauritania, en la costa occidental de África, hasta Indonesia, en los confines del sureste asiático.

Imagino que los pogromos contra las juderías europeas durante le Edad Media debían ser algo parecido a esto: caras contorsionadas por el odio irracional y multitudes fanatizadas, analfabetas y violentas que entraban con total impunidad en las juderías asesinando a los hombres, quemando sus casas, violando a las mujeres y saqueando los comercios en nombre de un Dios ceñudo y vengativo y mientras sus instigadores observaban desde una prudente distancia y sin dar la cara. No es algo que nos sea, pues, tan ajeno aunque sí distante, en el tiempo, con las vergonzosas excepciones en suelo europeo de los odios religiosos del Ulster, en Irlanda del Norte, o de las guerras entre católicos, ortodoxos y musulmanes que rompieron Yugoslavia en el actual mosaico de pequeños estados soberanos.

Como ser humano, confieso que me horrorizan y me avergüenzan a la vez las escenas que muestra la televisión y que tienen lugar en países muy próximos y bañados por el mismo Mediterráneo, plácido y azul, que contemplo desde la ventana junto a la que escribo. Tan cerca en la geografía y tan lejos en la mentalidad. Pocos kilómetros separan varios siglos de evolución en la superación de supersticiones y fanatismos. En cierta ocasión me dijo el entonces director de Al Ahram, el periódico cairota más influyente del mundo árabe, que los occidentales debíamos tener paciencia con los excesos del mundo árabe pues ni el Renacimiento ni la Ilustración han llegado todavía a sus países y nuestro propio camino hacia la libertad se vio jalonado de quemas de herejes y reyes ajusticiados.

Entre nosotros la libertad de expresión, arduamente conquistada, hace que los tribunales ampararan hace poco a un artista que tuvo la ocurrencia de freír a un Cristo y lo hicieron a mi juicio con razón. También los Monty Python hicieron una hilarante película, La vida de Bryan, una parodia inspirada en la vida de Jesús, sin que se hundiera el mundo y en los EEUU los tribunales aplicaron la Primera Enmienda, que protege la libertad de expresión, al pastor Terry Jones, que organizó un show quemando públicamente un ejemplar del Corán, libro sagrado de los musulmanes. Estos reaccionaron entonces de forma similar a la actual.

Las chusmas protestan hoy en todo el mundo islámico contra una película que nadie encuentra pero de la que un trailer existe en YouTube dando una grosera interpretación de la figura del Profeta Mahoma. La película no puede ser obra del azar y los propios actores denuncian la manipulación de su trabajo donde el protagonista George fue convertido en Mahoma durante el montaje. Quien hizo este bodrio tenía ánimo de ofender y debía saber las consecuencias que su película podía provocar pues ya hay precedentes (Salman Rushdie, Theo Van Gogh, el mismo Terry Jones) de cómo se las gastan los musulmanes ante lo que consideran insultos blasfemos a su religión.