La angustia española de los subnacionalismos y los separatismos no tendrá alivio mientras los capítulos de agravios y dicterios no cedan el paso al examen estricto de cómo y por qué fue lo acontecido. El convivir de los individuos y las colectividades se basó en Occidente en un almohadillo de cultura moral, científica y práctica, pues en otro caso hay opresión y no convivencia. Castilla no supo inundar de cultura de ideas y cosas castellanas a Cataluña, como hizo Francia con Provenza y luego con Borgoña" (Américo Castro).

"Yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que solo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no solo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles" (Ortega, en el debate parlamentario con Azaña sobre el Estatuto de Cataluña en 1932).

"La implantación de la autonomía de Cataluña no hubiera tenido su verdadero valor, si alguien hubiera pretendido hacerla pasar como una transacción, como una medida generosa, como la aceptación de un mal menor o como una medida de política oportunista. No es nada de eso. La autonomía de Cataluña es consecuencia natural de uno de los grandes principios políticos en que se inspira la República, trasladado a la Constitución, o sea, el reconocimiento de la personalidad de los pueblos peninsulares" (Azaña, en el debate parlamentario con Ortega sobre el Estatuto de Cataluña del 32).

"Hay mucho tiempo por delante para esperar los frutos del régimen autonómico. Si España vive una política de pequeñeces insinceras, falta de ideales, el separatismo catalán cobrará auge y dará muchas pesadumbres. Si España alcanza a encontrar, nobles propósitos, grandes empresas, todos los españoles, sin excluir a los catalanes, estarán cada vez más unidos". (Declaraciones de Ángel Ossorio y Gallardo a una revista portuguesa en 1933).

Sí, nos duele Cataluña. Sí, es referencia ineludible de nuestra educación sentimental. Sí, Barcelona constituye, además de otras muchas cosas, un enclave editorial obligado donde se da cita la mejor literatura que se escribió en castellano en el siglo XX, incluidos títulos de culto de la narrativa hispanoamericana. Porque la capital catalana es el escenario de las dos obras maestras de Mendoza, La Verdad sobre el caso Savolta y La Ciudad de los Prodigios. Juan Benet llegó a escribir: "Con toda desvergüenza (y el descaro tal vez no sea quitarse una cara sino presentar la otra, ya se sabe cuál) declararé que La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza es una de las novelas que más me han complacido en los últimos años, tal vez decenios". Porque la obra de grandes escritores como Vázquez Montalbán y Marsé pasa también por Barcelona. Porque hay canciones de Serrat y Llach que forman parte de nuestra educación sentimental. Porque, entre las muchas asignaturas pendientes de este país, sigue sin verse voluntad de conocer y hacer propia la realidad cultural catalana en el resto de España.

Lo cierto es que, desde el segundo mandato de Aznar, la relación entre España y Cataluña no hizo más que deteriorarse. Primero, con la prepotencia de nuestro hombre en las Azores y después con los vaivenes de Zapatero desdiciéndose. Por el medio, la falta de acuerdo entre los dos grandes partidos que obligó a que se pronunciara sobre el recurso contra el Estatuto que aprobó Maragall un Tribunal Constitucional en no pequeña parte prorrogado. No debe olvidarse la reacción de la sociedad catalana ante aquello, ni tampoco que la opción independentista desde entonces no hizo más que crecer.

Y, por otra parte, hay que anotar también el fiasco de aquel tripartito presidido por Montilla, que llevó a Cataluña a una situación económica que sigue sufriendo ahora. Añádase a ello que, por desgracia, no hay hecho diferencial entre la mal clase política de España con respecto a la de Cataluña. Los escándalos de corrupción no fueron precisamente anecdóticos. Sufre, por tanto, Cataluña dos desapegos, el que existe entre la sociedad y sus políticos y el que está cada vez más abierto con respecto a España.

Es este un país que desde hace siglos no resolvió su vertebración territorial. Y, en el momento presente, el problema se agrava por la insultante mediocridad de nuestros políticos. Ahora no hay ningún Azaña capaz de arrancar vivas a España de miles de gargantas desgañitadas en Barcelona. Ahora el debate es más pueblerino que nunca.

Ahora no son Azaña y Ortega los que polemizan sobre el llamado problema catalán. Quienes lo hacen son políticos que desconocen aquel debate que se produjo hace 80 años, así como "opinadores" del tres al cuarto ayunos de independencia de criterio y de la más mínima lucidez sobre el asunto.

Nos duele que contra Cataluña se esgriman discursos de charanga y pandereta, con su retahíla de insufribles topicazos. Nos duele en no menor medida que se exhiba el independentismo como baza por parte de políticos catalanes que, al margen del actual estado de cosas, son, de por sí, mediocres hasta la náusea.

Estamos ante un problema histórico que solo puede encararse con altura de miras, con rigor y perspectiva. Todo lo contrario de lo que se vino haciendo en los últimos años.