Lo primero es reconocer que tenemos un problema en Cataluña que no existe en Madrid, Murcia o Cantabria y que por eso no tiene sentido abordarlo con el rasero de la uniformidad, porque en Cataluña la diferencia se siente con un sentimiento profundo, potente y no pasajero. Es cierto que una manifestación no basta porque hubo muchos más ausentes que asistentes, porque no todos gritaron por la independencia, ni la entienden del mismo modo, ni para ya; ahí está Pujol padre diciendo que la independencia es hoy imposible. Y es cierto que la Generalitat, como todos los gobiernos, sabe manipular a las masas. Pero también lo es que crecen allí los partidarios de cambiar la relación con el Estado y que aumenta la desafección con España. Tenemos un problema y es un error creerlo resuelto con solo identificar a los responsables, con frases agudas o tronantes, con unos cuantos editoriales encendidos o citando artículos de la Constitución, preferentemente el de las medidas que emocionan a los duros o el de la reforma imposible que llena de una alicorta seguridad jurídica a quienes no asumen que el asunto es político y que en democracia los problemas se resuelven buscando salidas, no cerrándolas. Por eso creo que Rajoy ha estado en su sitio al decirle a Mas, que no le habló de independencia ni de Estado propio, que lleve el asunto del pacto fiscal al Congreso. Es lo primero que debería hacerse sin tardar para conocer con cifras y sin gritos el estado de las cuentas entre el Estado y la Generalitat. Evítense las acusaciones que calan fácil y profundamente entre los ciudadanos. España nos roba o Cataluña siempre quiere aprovecharse, pertenecen a la especie de los chascarrillos y chistes de bar. Buena parte del problema es convertible a euros y eso facilita las cosas. Háganlo con cifras en el Congreso, en televisión y prensa. Escribía hace poco el sociólogo José Juan Toharia, que la mayoría de los españoles no entienden la queja catalana y no creen que España abuse de ellos pero que la mayoría de los catalanes sí lo piensan. Es evidente, pues, que los gobernantes tienen la obligación de explicar las cosas con claridad. Háblese también de otros asuntos, pero con ganas de entenderse y resolver partiendo de las diferencias reales que hacen de Cataluña lo que es desde hace siglos, Cataluña, no Madrid o Murcia. O sea, una parte del Estado habitada por ciudadanos del Estado que hablan y sienten de modo distinto al resto con los que, pese a todo, conviven desde hace cinco siglos. No hay que negarles un encaje también diferente y si algún día es necesario plantear la secesión téngase a mano la sentencia del Tribunal Supremo canadiense sobre Quebec: No basta una decisión unilateral, se precisa una mayoría muy amplia y se negociarán los términos concretos entre las dos partes. Rajoy no es Aznar, que vuelve con lo de si alguien quiere romper España, ni Rosa Díez, que no vería mal suprimir la autonomía de Cataluña, y ha estado bien en su puesto de presidente del gobierno de un Estado que, como todos los de la tierra, tiene derecho a conservar su territorio y a sus ciudadanos. Y Pujol padre también lo ha estado saliendo el primero a enfriar las calenturas de Mas y de su hijo. Eso es lo que hay que hacer.