Muere Santiago Carrillo un suspiro antes de cumplir los cien años y el diario que más se lee en España lo despide con un titular en el que le llama "artífice de la reconciliación". Es obvio que se refiere a la que, tras el declive del franquismo, dio paso al Estado de derecho. Pero otro diario madrileño, de gran peso en el arco parlamentario más escorado hacia estribor, le llama "último símbolo de las sombras comunistas". Como mayor recuerdo de su legado menciona la matanza de Paracuellos durante la guerra civil. ¿Reconciliación? Leyendo cosas así cualquiera diría que Carrillo logró que se diese, sí, pero en Nueva Zelanda.

La Guerra Civil fue un enfrentamiento de numerosas aristas en el que se dirimieron incluso odios de vecinos. Pero cuando se habla de ella bajo el prisma de las dos Españas es la ideología la que queda retratada. Buena parte de este santo país sigue anclado en lo mismo; no hace falta ser un lince de la interpretación para entender que en lo del símbolo de las ideas comunistas está viva la herida que abrió el Glorioso Alzamiento Nacional -como me enseñaron en el colegio que había que decir- un golpe de Estado donde los haya. Pues bien, casi cuarenta años más tarde, esto es, cuando han transcurrido dos generaciones tras la muerte de Franco y cuatro desde que el generalísimo dictase el parte final de la guerra -ya saben: "vencido y desarmado el ejército rojo?"- seguimos en lo mismo: están la España nacional y la España roja, de cuyas sombras resulta ser Carrillo, mira por donde, su último símbolo.

Un problema muy serio de las dos Españas es que, de su mano, se nos están colando varias más. La recuperación de aquella lucha ideológica, gracias a un artificio como los que usan los magos para sacar el conejo de la chistera, ha vuelto de la mano de la salida de la crisis. Con el argumento de que los ciudadanos le dieron la victoria electoral casi por aclamación, el Gobierno nos está colando cambios en leyes -como la del aborto- que nada tienen que ver con la deuda pública. Se diría que es preciso rematar a los muertos y, de paso, a todos los que volvieron del otro mundo creyéndose lo de la reconciliación. En esas estábamos cuando los flecos -esta vez sí- de la crisis ponen en marcha más enfrentamientos, con Cataluña pidiendo la independencia en las calles y los aforados, Navarra y el País Vasco, atentos para ver lo que pueden pescar en ese río revuelto.

Creyentes y laicos; izquierdas y derechas; ilustrados y cavernarios. Las dos Españas de antes eran ya muchas pero ahora, hay más. Tan confuso anda el panorama que hemos tenido que inventar un mantra -la España federal- para consolarnos. ¿Alguien sabe qué quiere decir eso, qué diferencia implica respecto de la otra España, la de las autonomías? Estados Unidos es una federación, Alemania, también, y Suiza lo mismo. Ni siquiera se parecen. Al menos ahí llevamos ventaja: nosotros no nos parecemos a nadie cuando se trata de sacar a la luz los odios de siempre.