Comparecía anteayer en TVE Alfredo Pérez Rubalcaba y a punto estuvo él de confundirnos nuevamente. Su sosegado decir a doctores y pastores, su prosodia levemente sincopada según recomienda la añeja tradición anglosajona, su humilde ademán de padre Pitillo y, de añadidura, la reconocida propensión a esconderse que en el presidente Rajoy es querencia, quisieron hacernos olvidar que el compareciente fue ministro y vicepresidente hasta hace nada. Hasta ayer mismo.

Porque Rubalcaba no es un descubrimiento. Lleva los años que tiene en las más altas esferas y, desde allí, proscribiendo el esfuerzo, tuvo ocasión de tramar una escuela que, sin cielo ni infierno, sin excluidos ni hijos de puta, fuese inopia lindamente regalada a los de abajo para su extravío...

Para que confundieran la luz y las tinieblas... Para que, enceguecidos, tuvieran al nacionalismo más reaccionario por una variante de la izquierda que, contra él también inevitablemente, alumbró el mundo contemporáneo... Para que, estragados y ágrafos, los de abajo aprendieran que el arte, que habría de mejorar y entretener su vivir, es la celebrada habilidad de hacer bailar el boli en el dorso de la mano, sobre el canto mismo del pulpejo, gracias a un impulso cerebral muy elaborado que compensa sabiamente el movimiento y la fuerza de los dedos índice y pulgar a fin de alcanzar la prodigiosa maravilla, la primorosa filigrana con que Eduardo Madina mejora y entretiene las enojosas sesiones parlamentarias...

¡Ay, los de abajo, lindamente floreados en la trama escolar de Rubalcaba, que tejió su destino!

No, el político cántabro es cualquier cosa antes que un principiante y, aunque no lo hubiera hecho así desde el Gobierno ni la gestión de Griñán pudiera considerarse un modelo a estas alturas, lo que en la entrevista afirmó sobre la crisis y los recortes, sobre el desempleo y las pensiones, sobre el rescate y el déficit, es lo que se espera de un partido socialdemócrata.

Por el contrario, si Rubalcaba -quizás el primer damnificado de su escuela- conociera la historia moderna o, si conociéndola, no pretendiera esconderla, sabría que no se puede afirmar que el independentismo en Cataluña sea hoy consecuencia del menosprecio español.

Ha ocurrido exactamente al revés. El nacionalismo menospreció a los ciudadanos desafectos y los ninguneó pisoteando sus derechos con malsana reiteración. Además, hizo escarnio de las leyes y sentencias que los garantizan en nombre del Estado de Derecho, que igualmente da sentido y protege a Cataluña.

Por no retroceder más allá del último siglo, podríamos recordar incluso que la burguesía catalana colaboró decisivamente en el advenimiento de las dictaduras que asolaron nuestros días y los de nuestros padres: la de Primo de Rivera y la de Franco...

No, ni ayer ni hoy ocurrieron las cosas como las explica Rubalcaba. No ocurrieron como tal vez le gustaría que hubiesen ocurrido.

Ocurre sencillamente que el nacionalismo, tras saquear el Palau y las arcas públicas, pretende sacralizarse para sentirse impune, envolverse en la senyera para ascender a una estancia celeste supralegal a donde la justicia no llegue. Allí donde Pujol-Padre y Pujol-Hijo son ya Santísima Dualidad a la que se rinde culto de latría.

Ocurre sencillamente que el Gobierno de España, soslayando la responsabilidad de salvaguardar los intereses y derechos comunes, demasiadas veces acudió fervoroso al rescate del nacionalismo. Así lo corroboran los casos conocidísimos de Banca Catalana y Casinos de Cataluña.

Ocurre sencillamente que, contemplado hasta el mimo por unos y otros, Pujol-Padre se acostumbró al consentido mangoneo trincón.

Ocurre sencillamente que ahora no hay tela, que no da el paño para las mangas, y el nacionalismo, imperseguido pero victimizado, por boca de Pujol-Hijo, al grito antiguo de Espanya ens roba, contra el "Estado Español", contra los ciudadanos honrados que tienen sus cuentas en paz con la Agencia Tributaria, arremete chantajista.

Ocurre sencillamente que el nacionalismo ha resultado una estafa a la democracia, a la justicia y a la libertad. En Cataluña y en todas las "españas", una estafa soberana que el PSOE, por cálculo, atendió más que nadie. A despecho de la ideología y de la ética que de sí mismo proclama, pero sobre todo, a despecho de la Constitución.

Ocurre sencillamente que en los momentos más delicados de nuestra historia común, el PSOE, como enseña, luminoso y sobrado, el ejemplo de Largo Caballero, no sabe estar a la altura de las circunstancias... Eran dramáticas aquellas que concurrían cuando él incendió Asturias y Lluis Companys, proclamó el Estado Catalán por unas horas... Eran dramáticas aquellas circunstancias y lo fueron más todavía cuando Franco, sin legitimidad alguna, ordenó pasar por las armas al oportunista felón...

Ahora, ¿convocará Artur Mas elecciones y se presentará a ellas con un programa independentista o se atreverá a proclamar la independencia sin más tirindangas? ¿En tal caso, consentirá Rajoy o, cargado de legitimidad, llevará al honorable ante el pelotón de fusilamiento?

Mientras esperamos, recordando que alguien nos aseguró que el Nou Estatut resolvería por generaciones "el problema de Cataluña", Zapatero, "optimista antropológico", pastorea nubes; Caamaño, su montañoso jurisconsulto, entretenido en este territorio insignificante y esquinado, en realidad camina hacia la Fosa Atlántica que -vanitas vanitatis- habrá de ser su monumento último. Maragall nada recuerda. Y Rubalcaba, que quisiera olvidarlo, y más aún que lo olvidáramos nosotros, aspira a presidir el próximo Gobierno de España y, no obstante, tal vez habrá de conformarse con ser nuestro fucking poet. Así llama la tropa -los de abajo, al cabo- a aquel jefe del ejército norteamericano que, en la hora violeta, a sus deudos escribirá sentidísimas pero delirantes cartas de pésame...

Su inspirado decir, su melódica prosodia, su piadoso gesto franciscano... Hermano Sol... Hermana Luna... ¿Quién mejor que Rubalcaba para consolarnos en trance tan comprometido?