Hace unos años el cineasta Michael Moore presentó su película Bowling for Columbine. Una cinta en la que analizaba la matanza acaecida en 1999 en el instituto Columbine, en el condado de Jefferson (Colorado), en el contexto de una fortísima cultura en torno a las armas y al lado mismo de una factoría de uno de los gigantes estadounidenses de la industria armamentística. Hoy me he permitido titular el artículo como Bowling for Connecticut, a raíz de la nueva barbaridad cometida por un joven trastornado que, aparte de a otras veintitantas personas, no dudó en matar a su propia madre, después de haber asesinado a su padre previamente. Como ven, todo un angelito.

La historia se repite, una y otra vez. Por lo que parece, y a la espera de que se confirmen los detalles de la luctuosa historia, una vez más perfiles introvertidos y amantes de las armas se personan en una instalación educativa, un centro comercial o en la mismísima calle, y empiezan a disparar a diestro y siniestro contra todo aquel que, simplemente, pasaba por allí. Descargan así toda la rabia que llevan dentro, en una sociedad fuertemente competitiva y dotada de muy pocos elementos de cohesión social. Una sociedad que, antes o después, tendrá que analizar en profundidad la etiología de este tipo de acontecimientos y, para evitarlos a toda costa, tomar algún tipo de decisión.

Pero, por lo que parece, esta no va a venir en la dirección de controlar mucho más la tenencia y uso de armas de fuego por particulares. Un tema absolutamente visceral en la cultura estadounidense, donde los argumentos a favor de la tenencia arbitraria y descontrolada de armas de fuego adquieren fuertes tintes culturales, identitarios e imbricados en la historia del país.

Otra línea de trabajo, diferente y complementaria a la de complicar el acceso a las armas de fuego, tendría que ver con analizar mucho más en detalle las causas profundas de este tipo de conductas violentas. Modelizar este tipo de respuestas agresivas y violentas, y sacar conclusiones acerca de su nivel de prevalencia y de la tipología de sus artífices. Un tipo de trabajo que ya se hace en ese país, obviamente, pero que no acaba de resultar exitoso en la prevención de este tipo de catástrofes.

¿Es la estadounidense una sociedad enferma? Pues no lo sé, y esto tendrán que evaluarlo los expertos, pero lo cierto es que se combinan en ella varios factores cuya mezcla es explosiva. Primero, un cierto grado de frustración, frecuente en sociedades muy competitivas y donde el individuo no siempre alcanza su particular concepto de éxito en una sociedad que exacerba hasta la saciedad la replicación de determinados arquetipos modelo. Segundo, la disponibilidad de instrumentos verdaderamente peligrosos en manos de una persona desequilibrada. Y tercero, el tratamiento de la enfermedad mental en un entorno donde la salud pública no es una prioridad, más allá de los límites de la tarjeta de crédito de cada uno. Si no se atajan todos esos factores, habrá más y más Columbine, que nos sorprenderán y desgarrarán a todas las personas sensibles.

Para que haya incendio hace falta combustible, comburente (oxígeno) y energía de activación (calor). Para que haya matanzas como esta hacen falta sujetos, un desencadenante y, por supuesto, armas. Sin la fácil disponibilidad de estas, otro gallo les hubiera cantado en Columbine o, ahora, en Connecticut. Pero me temo que esta barbaridad no va a catalizar un debate serio y reposado sobre esta cuestión. ¿Recuerdan al difunto Charlton Heston, en la película de Moore, y su alegato a favor de la tenencia personal de todas cuantas armas quiera uno? Él fue -entre 1998 y 2003- presidente de la Asociación Nacional del Rifle, uno de los lobbies más poderosos en los Estados Unidos de América. Y, aunque sólo sea por la pérdida de votos para cualquier presidente que representaría una medida en contra de tal grupo de presión, mucho me temo que las cosas seguirán como están? La Casa Blanca ya ha mandado recado en ese sentido.

Una verdadera pena. Y si no, que se lo pregunten a las familias de los dieciocho niños asesinados, o de los otros seres humanos hasta veintipico largos? Vivir para ver? Y para avergonzarnos de lo que somos capaces de hacer y de todo el daño que podemos infligir, una y otra vez, sin poner medios reales para remediarlo.