Para que el ambiente sea de profesional antiguo que ha llegado alto y por el buen camino baste decir que Juan Carlos I tiene fotos del Rey en su despacho. El detalle de buen burgués español son las tres figuras del nacimiento, acumuladas a todo lo demás, como nos gusta desde el barroco. El discurso del Rey se graba en el set ideal para representar el lugar de trabajo del cabeza de familia, decorado por Telva para ¡Hola!.

El periodismo español se apresta cada año al ejercicio católico de la interpretación de la palabra, como si la palabra, por sí misma, no llegara bien al oído del interlocutor. La Palabra está en el Libro pero que la explique el cura, que la cuenta mejor. De la cultura de leer entre líneas y hablar entre dientes, ni el Rey dice lo que quiere, por eso el periodista busca las claves de las partes cerradas del discurso de Nochebuena en Navidad, día de ayuno informativo.

El discurso del Rey se entendió este año mejor que nunca y le pusieron menos almidón retórico. Si no fuera porque lo leyó el Rey, servido al telepronter y con entorpecedores cambios de cámara, podría haber llegado a emocionar. Pero el actor es malo. Es creíble en el entremés „"Lo siento mucho. Me equivoqué. No volverá a ocurrir"„ pero no en el drama: "Pero no todo es economía. Por muy evidente que sea, no es malo repetirlo: no todo es economía".

El discurso del Rey es un género televisivo y los años, con la aceleración dramática y el afinamiento formal televisivo, han aumentado la dificultad a Juan Carlos I. La última estrella universal del género, Barack Obama, no pronuncia una frase que no pueda encarnar física, intelectual y moralmente, con eficacia hasta ahora desconocida en la identificación de presencia, esencia y conciencia. En el discurso del Rey nadie se cree el discurso del Rey. Ni el que lo escribe, ni el que lo interpreta, ni el que lo graba, por eso la indiferencia del que lo ve.