Estos días asistimos a un episodio más de las dificultades que tiene Alemania como país y cualquiera de sus ciudadanos en particular -recuérdese el tan denostado poema de Günter Grass respecto a la amenaza israelí de atacar a Irán- para criticar al Estado judío aunque pertenezca a una generación que nada tiene que ver con el Holocausto.

Jakob Augstein, de 45 años, hijo del fundador del semanario Der Spiegel, el más influyente de ese país, fue incluido por el centro Simon Wiesenthal, de Los Ángeles, en la lista de los diez peores antisemitas del mundo.

Augstein, editor de la revista berlinesa Der Freitag y accionista de Der Spiegel, en cuya línea editorial no tiene, sin embargo, ninguna influencia, ha atacado en alguno de sus artículos la política de asentamientos israelí o el envío por el Gobierno alemán de submarinos a ese país, razones suficientes para que el centro que lleva el nombre del ya fallecido cazanazis le incluyese en un puesto destacado en tan ignominiosa lista.

En un intento por aclarar posiciones, el semanario invitó al presidente del Consejo Central Judío de Alemania, Dieter Graumann, a debatir el asunto con Augstein y dos de sus redactores, quienes recordaron unas palabras de un polemista alemán llamado Henryk Broder, excolaborador de Der Spiegel y hoy articulista en diarios del grupo derechista Springer, defensores a ultranza e la política israelí.

Broder, que supuestamente influyó en la decisión del centro Wiesenthal de anatemizar a Augstein, es citado con estas palabras: A partir de ahora yo decido qué es un antisemita. Son palabras que recuerdan las de un famoso y real antisemita de otra época, Karl Lueger (1844-1910), que fue un muy popular alcalde de Viena, entonces capital del imperio austrohúngaro, y que presumía de determinar él mismo quién era judío y quién no.

Broder llegó a decir de Augstein que podía haber hecho carrera en la Gestapo (la policía secreta hitleriana) y se había equivocado de profesión.

Sin llegar a esos insultos tan directos, el presidente del Consejo Central Judío de Alemania acusó durante la discusión a Augstein de estar obsesionado con atacar a Israel en sus columnas de política exterior y olvidarse en cambio de masacres como las que lleva a cabo diariamente el régimen sirio.

De nada sirvió que el acusado explicase que de más de cien artículos por él escritos sobre política exterior, solo cinco estuvieran dedicados a Israel y uno al antisemitismo. Graumann le acusó de referirse a las presiones del "lobby judío" sobre el primer ministro israelí, Netanjahu, y rechazó que se pudieran comparar "al democrático Israel con el represivo Estado teocrático" iraní y quienes niegan la realidad del Holocausto.

Y acusó además a Augstein de tergiversar la verdad cuando este dijo que la política israelí de ocupaciones "oprime" a los palestinos y ha sido además reiteradamente condenada como contraria al derecho internacional por la ONU.

El periodista alemán no ha escrito en cualquier caso nada que no hayan escrito también algunos ensayistas disidentes israelíes y que no se haya publicado incluso en diarios de aquel país.

El problema, como explica el periodista israelí Ronen Bergman, es que muchos judíos e israelíes "confunden antisemitismo con política anti-israelí".

"Israel, que en el corazón sigue siendo David, no se ha acostumbrado al papel de Goliat", explica Bergman también en Der Spiegel.

O, dicho con otras palabras, Israel sigue apelando al recuerdo, aún muy vivo para muchos, del Holocausto y se niega así a ser tratado como un Estado normal, es decir como un Estado que oprime y hostiga a otro pueblo que tiene también derecho a su propio territorio.

"Pongamos en marcha otra vez el proceso de paz y dejamos a los palestinos proclamar un Estado propio que exista junto al nuestro. Entonces será posible distinguir entre quienes nos critican por la ocupación y los verdaderos antisemitas", escribe justamente Berman.