La dimisión de Su Santidad es una rareza; en 1415 renunció Gregorio XII, pero existía el problema del Cisma de Occidente, con inflación de pontífices: Benedicto XIII y Alejandro V. Ésta recuerda a la de Celestino V, ermitaño elegido papa en julio de 1294, que dejó el cargo en diciembre para regresar a su cueva; lo nombra Dante en un Canto del infierno, de la Divina Comedia, y Malaquías lo llama "ex eremo celsus" (elevado de la ermita); fue conocido como el Papa del Gran Rechazo. Uno de la Guardia Suiza Pontificia me cuenta que Benedicto XVI renunció casi por los mismos motivos que Celestino V; de hecho quiso visitar la tumba donde fue coronado aquél, en Santa María di Collemaggio; se lo desaconsejaron porque la iglesia había sido afectada por el terremoto del Aquila, en 2009, e insistió para deponer su estola sobre la tumba.

Este guardaespaldas, de alabarda y espada ropera, cree que a su jefe lo afectó el asunto de los curas pederastas, el Istituto per le Opere di Religione, su mayordomo, que lo vendió a la prensa (aseguran que para protegerlo de los buitres de alrededor), las uniones de homosexuales, que en ambientes vaticanos quieren reconocer de algún modo... El 28 de febrero se irá a Castel Gandolfo, durante la sede vacante, y apenas nombren el sucesor, Ratzinger se retirará al convento Mater Ecclesiae, donde permanecerá sin intervenir en nada, un hombre solo en los jardines vaticanos, una sombra.

Mi confidente, el del morrión de pluma roja, que es todo oído, me asegura que Benedicto XVI es íntegro, de principios morales sólidos, incapaz de separarse un ápice de los principios de la Iglesia; no le interesa la modernidad, ni acomodar la fe con la razón, aunque sea un gran intelectual, y me añade, desde su móvil: "Tuvo el gran valor de dejar lo que no pudo cambiar, y ahora rezará para lograrlo". Otros, como mi amiga Icíar, al contrario, me dice: "¡Que amorticen la plaza del Papa, por Dios!".