Minimizaba en unas declaraciones a la prensa el cardenal español Julián Herranz los escándalos vaticanos y la opacidad de todo lo relacionado con la curia, incluidos sus negocios globales.

"Puede que falte algo de capacidad de comunicación", explicaba con palabras muy similares a las que emplea nuestro partido gobernante cuando se le acusa también de falta de transparencia.

Y añadía el príncipe de la Iglesia: "En cualquier Gobierno hay muchas más áreas de oscuridad, de servicios secretos, de decisiones que el presidente toma y que no son comunicadas, más zonas reservadas que en el Vaticano".

Poco después, desde el Vaticano, su portavoz, Federico Lombardi, denunciaba la "murmuración, la desinformación y a veces la calumnia" a la que recurren quienes, según él, tratan de "aprovecharse del momento de sorpresa y desorientación de los espíritus débiles para sembrar confusión y desacreditar a la Iglesia y su Gobierno".

¡Como si la actual Iglesia no estuviese ya suficientemente desacreditada por muchas de sus acciones y omisiones o no se hubiese aprovechado a lo largo de la historia de los espíritus débiles!

Quien, si hemos de creer a la Biblia, echó airado a los mercaderes del templo, ¿habría aprobado prácticas como las de una Iglesia que tiene, además de cuentas secretas, toda suerte de negocios, desde los relacionados con la sanidad y la educación hasta turísticos, inmobiliarios, de restauración y hostelería, así como participación en fondos que invierten en empresas que fabrican productos tan non sanctos como las armas o, desde el punto de la vista de la Iglesia, los condones?

¿Qué decir, en efecto, del llamado Instituto para las Obras de Religión, con un patrimonio que algunos calculan en 5.000 millones de euros, de los arzobispos banqueros, como el estadounidense Paul Marcinkus, que tuvo que refugiarse en su momento en el Vaticano para escapar a un posible procesamiento por la justicia italiana, de Roberto Calvi, que estaba a la cabeza del Banco Ambrosiano y al que encontraron en 1982 colgado del puente londinense de Blackfriars, o de su colaborador, el también banquero Michele Sindona, mafioso y miembro de la logia secreta P2, que llevó ingentes cantidades de dinero a paraísos fiscales a través de la Ciudad del Vaticano y murió en 1986 envenado por cianuro en la cárcel donde cumplía cadena perpetua por haber ordenado el asesinato del abogado que se encargó de liquidar sus bancos?

¿Se trata de maledicencias de los periodistas o de hechos bien probados? Por no hablar de los casos de pederastia u otros abusos sexuales, de la tolerancia mostrada hacia los abusadores por algunos responsables o de sus intentos de sustraerlos a la acción de la justicia, así como de su inveterada misoginia.

¿No debe además el Vaticano sus actuales privilegios a la firma en 1929 con la Italia fascista de Benito Mussolini de los Pactos Lateranenses, por los que se reconoció su independencia como Estado, renovados luego por un socialista corrupto como Bettino Craxi en 1983?

El Roto lo expresaba todo muy gráficamente en una reciente viñeta en la que representaba a Cristo expulsando con violencia a algunos cardenales mientras decía: "Señor, qué tropa".

Esos mismos cardenales que, reunidos en cónclave, deben elegir próximamente, inspirados por el espíritu santo, según nos enseñaron, al nuevo Pontífice.