Cuando un equipo deportivo actúa en su propio campo, se dice que juega en casa. Marianna Prjevalskaya llegó a La Coruña procedente de Moldavia cuando tenía diez años de edad. Aquí vive desde entonces con su familia, aquí se formó, aquí creció, aquí fue apoyada y becada para que perfeccionase sus estudios de piano en el extranjero. Y ahora ha dado un concierto en su ciudad, con la Sinfónica de Galicia, la orquesta donde su padre, violinista, se desempeña como ayuda de concertino. Ha jugado su primer partido en casa y ha ganado por goleada. Tocó de manera magistral el Tercer Concierto de Chaikovsky, con su extensa y difícil cadencia, y, entre aclamaciones, concedió hasta tres bises: una maravillosa Canción sin palabras, de Mendelssohn; Estudio-Cuadro opus 39 nº 5, de Rachmaninov; y Fuegos de artificio (Preludios II-12), de Debussy, cuya belleza sonora supo recrear Marianna de un modo asombroso. La orquesta estuvo en uno de sus momentos más brillantes, bajo la dirección serena, dominadora y con elegantes ademanes del rumano Ion Marin, que sustituía al indispuesto Nikolaj Znaider. La obertura fue paladeada con delectación por batuta y orquesta, de manera que llegó al público nítida, precisa con sus líneas sonoras inteligibles; lo mismo cabe decir de una Patética profundamente emotiva y con tremendo poder de conmoción. Un gran concierto.