Gran alborozo ha producido en la jerarquía católica española, querida Laila, el anuncio del Sr. Wert de volver a convertir la religión en asignatura evaluable en el sistema de enseñanza. Como en los mejores tiempos del franquismo, con la única diferencia de que ahora te puedes librar de la religión, pero con otra asignatura también evaluable. Es decir, casi tienes que militar en la no creencia para poder librar a tus hijos del adoctrinamiento católico, y ello en la escuela pública. Tanta fue la euforia episcopal que no se recataron en proclamar su próximo objetivo: conseguir que sus principios y valores lleguen a inspirar también la enseñanza del resto de las asignaturas. Sería la confesionalidad plena de la enseñanza. "No tienen parada, son insaciables", me comentaste. Y hay verdad en ello, pero también hay otras cosas.

Los obispos españoles saben que aquí, como en toda Europa, se está dando un proceso acelerado de secularización, que obedece al desarrollo de una conciencia social laica que, además, se ha convertido en la forma más efectiva y seria de garantizar el respeto a todas las creencias y la convivencia en paz de las distintas posiciones ideológicas y doctrinas religiosas, cosa que ninguna religión garantiza con su potencial hegemonía social, puesto que toda confesión religiosa lleva en su entraña el rechazo de las demás y el conflicto con ellas, que tantas veces deviene en sangriento. Conflictividad más aguda quizá en los monoteísmos. Los obispos sienten que esta corriente laica se está imponiendo porque reconocen que, aunque un 70% de españoles se dicen católicos cuando se les encuesta, de hecho viven, piensan y actúan como laicos o laicistas que son. Diríamos que se consideran integrantes de un magma cultural de influencia católica, aunque ellos no practiquen religión alguna. Solo un 15% se reconocen como practicantes. Entre los jóvenes el proceso de laicidad es todavía mayor, pues un 44% ya se declaran abiertamente como agnósticos, ateos o no creyentes. Los obispos, ante esta situación, se alarman tanto que, desde la misma Roma, se ha planteado ya una nueva evangelización de Europa.

Ahora bien, querida, a la hora de evangelizar, en el seno del catolicismo se enfrentan dos líneas o corrientes muy distintas, que podríamos denominar como la "línea evangélica" y la "línea integrista". La primera no considera la laicidad como una perversión o una desgracia, sino como un sistema social de valores, en gran parte coincidentes con su fe, que la sociedad se va dando a sí misma democráticamente. Reconocen esto asentándose en aquella "autonomía del mundo" que con lucidez proclamó el olvidado y ninguneado Concilio Vaticano II. Para esta gente, evangelizar consiste en vivir su fe en el seno de esta sociedad, compartiendo y respetando su laicidad, participando de sus valores y aspiraciones de justicia y equidad y, en todo caso, anunciando su "buena noticia", no imponiéndola. La línea integrista, en cambio, añora aquella sociedad piramidal que tan bien integraba la religión y la política, colocando a Dios en la cúspide para abrazar a toda la sociedad y a los individuos estableciendo una única posibilidad real de pensar y de vivir. Evangelizar, en este caso, se hace principalmente desde la influencia y desde el poder estableciendo la religión como ámbito natural de la vida.

Los obispos españoles han escogido la vía del integrismo y de ahí su alborozo al conseguir la integración de sus creencias y principios a la política educativa del Estado. Error de bulto, querida, porque durará poco, cosecharán más rechazo que adhesión y, afortunadamente, el laicismo avanzará, inexorable, a pesar del inefable Wert.

Un beso.

Andrés