Estos días saltó al papel prensa y a las ondas el caso de un padre que consiguió que su hijo no tuviese deberes escolares para hacer en su casa, tal y como recoge la antigua, pero vigente, norma que los regula, hasta los 12 años, en Galicia desde 1997. Ni qué decir tiene que el revuelo tuvo repercusión nacional porque estamos en plena polémica sobre la reforma y la norma se aplica solo en las escuelas públicas, en el resto hacen de su capa un sayo, es decir, machacan al alumnado al gusto de los padres.

Aquella regulación era bastante racional, se apartaba de la obsesión por mantener torturados a los niños con labores repetitivas que vivimos en la antigüedad, y recomendaba el refuerzo individualizado, la recopilación de información, la lectura? Es más, aquello hubiese sido posible si los profesores que atendían a aquellos grupos de alumnos tuviesen tiempo para coordinarse, para que la función tutorial existiese, para que la comunicación entre escuela y familia existiese; incluso, voy más allá, si la familia y el centro docente se conociesen.

Como siempre ocurre, la sociedad evoluciona a velocidades vertiginosas, las diferentes situaciones familiares no son las de entonces, lo que antes era excepcional hoy es habitual y la norma está obsoleta. Pero eso no es lo peor, es más dañino que el foso que se abre alrededor del centro escolar sea cada vez más hondo y con más cocodrilos. No se preocupen, la cosa puede empeorar, hoy por hoy hay un funcionamiento más o menos democrático y transparente de participación de docentes y familias en el funcionamiento del centro, si triunfa el modelo Wert, olvídense.

¿Qué ha pasado desde entonces? Variadas situaciones, antes el proceso de memorización era imperativo, hoy también, solo podríamos discutir qué hay que memorizar y qué es superfluo. Ni debemos dejarlo todo al albur de que un examen de cotorra demuestre competencias y capacidades, ni que los chavales se sientan absolutamente descontrolados o sin recompensa en su trabajo y esfuerzo. También puede ocurrir que los deberes se le impongan indirectamente a los padres o al profesor particular, sean el trabajo físico, repetitivo, los clásicos montones de problemas, resúmenes, análisis? uniformizados y estereotipados que se resuelven gracias al móvil, al correo electrónico y a webs más o menos desfasadas de supuesto apoyo al estudiante, ojo, y a edades cada vez más tempranas para después quejarnos de que los chavales pasan mucho tiempo delante de las pantallas, solos o en compañía digital.

El alumnado debe ser consciente de que su trabajo será valorado, de que se le pedirán cuentas, sin reválidas inútiles, cierto grado de estrés es necesario, siempre proporcionado, graduado a edades y ritmos de aprendizaje; debe asimismo ser consciente de que tiene puertas de salvación, de que arrojar la toalla nunca es la solución.

Seguramente haya que convencerse de que el aula, el laboratorio, la biblioteca, los diferentes espacios del centro escolar sean lugares a los que se va a demostrar lo que se sabe, no solo a recibir cátedra, seguramente habrá que fomentar más el aprendizaje cooperativo fuera del aula, que sepan usar las herramientas que el centro escolar pone a su alcance, que se conviva más fuera del centro. ¿Todo eso son deberes? Por supuesto, son deberes de toda la comunidad educativa.