La Liga ha terminado y con ella esa pasión que, en el fútbol, es una simbiosis de amor y terapia colectiva. Ahora comienza el mercado persa, la subasta de jugadores, en la que a los dirigentes se les ofrece la coartada de resolver cualquier dislate presupuestario. La prensa especializada nos ha permitido comprobar la picaresca y los destrozos que causa el balón en los despachos. También, como las alabanceras actitudes de algunos cronistas sirvieron de paraguas a personajes proclives a la intriga, a la dermoestética y a los "cameos" publicitarios. La prensa deportiva merece reflexionar. No ha sabido, en algunos casos, cumplir con el principio mayéutico de alumbrar ideas, ni analizar, ejemplarmente, el comportamiento de los "intocables" o los "indispensables" que han quebrantado la confidencialidad de su propio grupo. En vez de buscar perdularios -caso Mourinho-, apenas si dedicaron unas líneas a un paguro excepcional que se retira: Juan Carlos Valerón, símbolo de la conciencia ética, en un ámbito en el que tantos se consideran el ombligo divino. Hace falta un código de honor que evite la mixtura sensual y los navajazos. Otra víctima de la omisión ha sido nuestro paisano Diego López, cuya portentosa actuación, en los últimos meses, merecía más atención informativa y mejor premio. Pero, a deducir de las palabras del marqués seleccionador, "no es de los nuestros". El señor Del Bosque merece un estudio canónico de su "buenismo". Su idea de la selección es la de una macedonia hecha siempre con las mismas frutas, sin considerar que son mercancía perecedera. A tenor de lo observado, los criterios de acceso a la selección nacional distan de ser el de elegir a los mejores y a su estado de forma. El señor Del Bosque es persona de excelente memoria: no olvida. Véase su desdén hacia el Madrid y su presidente. Con la consideración de "bueno oficial", trata que su ego tenga siempre el protagonismo del disimulo. Sucede que el paisaje señorial es efímero y no puede pactarse con el tiempo.

OTROSIDIGO

Con el descenso del Deportivo, en Riazor se consumó la tragedia y, a su vez, las ansias de renacer. El panorama invita a la catarsis. Se ha agotado un ciclo y se hace necesaria una profunda revisión renovadora, tanto en el ámbito gestor como el deportivo. Con la temporada se va Valerón, deportivista ejemplar, cuyo talento, equilibrio y bondad, sobre todo bondad, ha destacado en ese mundo balompédico envilecido por el dinero, en el que el resultado todo lo disculpa. Valerón se va, sin el reconocimiento oficial de su ejemplo.