Ufano a más no poder, el locutor del Telediario relataba el indulto a cuarenta españoles presos en cárceles de Marruecos gracias a la intercesión del Rey en su reciente viaje a aquel país; era el primero tras su calvario de operaciones y tropiezos y debía ser un éxito rotundo. "Don Juan Carlos ha llamado personalmente a Mohamed VI para darle las gracias por el gesto", seguía la crónica, aderezada con imágenes de los dos monarcas en una mesa, bien sonrientes como compadres encantados de la vida. O sea, que se fuman una pipa de agua y deciden quién pena y quién no pena, pasándose la ley por el forro de la chilaba, pensé atónita. La mayor parte de los afortunados con esta lotería son traficantes de drogas, continuaba el busto parlante. Vaya, habremos de preguntarle a la reina Sofía qué opina ella de que los camellos sean tratados con tanto esmero por los reyes magos y por los otros también cuando presida el próximo concierto benéfico del Proyecto Hombre o de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. ¿Se imaginan a Rajoy soltando a un delincuente que un juez ha encarcelado para agasajar al sultán de turno? No, pero me lo veo con claridad liberando a un homicida, un conductor kamikaze, por ser cliente del bufete del hijo de su ministro de Justicia. Y cuando ya había decidido que entre estas monarquías y una república bananera me quedo con la segunda estalló un escándalo mucho peor: el lote de presos regalo de Marruecos a España contiene un pederasta condenado por abusar de 10 niñas y un niño de entre 3 y quince años.

No se hacían tan mal las cosas desde que Poncio Pilatos soltó a Barrabás y crucificó a Cristo, oigan. Nuestra diplomacia y nuestro servicio de inteligencia, que cumplen escrupulosamente con el criterio de ser débiles con los fuertes y fuertes con los débiles, aún andaban tratando de justificar la injustificable interceptación del avión de Evo Morales cuando les sobrevino un marrón de proporciones magníficas. Porque para cuando los espías, sus superiores y sus jefes de prensa quisieron reaccionar tapando el inmenso fiasco y echándole la culpa a nuestros queridos vecinos del sur, el depredador de menores, maravillado de su buena suerte, ya se había renovado el pasaporte en nuestro consulado y dado el piro. A los ciudadanos que clamaron en Rabat por semejante ofensa a las pequeñas víctimas de la alimaña de la marca España, protegida por nuestro país y sus alcantarillas de seguridad, los corrieron a mamporros. Pero el asunto era demasiado grave. Once niños inocentes de familias humildes violados son demasiados. De modo que ni la represión de la dictadura marroquí, ni los sonrojantes informes hispanos echando balones fuera ha podido contener la furia de la gente exigiendo una rectificación. El pederasta vuelve a estar en una cárcel, esta vez en España, que es donde le querían nuestros gobernantes. ¿Por qué? ¿Por qué les interesa tanto ese tipejo?

El deplorable sujeto es un souvenir que nos hemos traído de la guerra de Irak, donde nos cubrimos de gloria buscando armas de destrucción masiva. No sé qué se le debe, pero se le ha pagado con la nacionalidad española, una identidad falsa y con una consideración que ya quisieran los refugiados pobres a quienes se niega el pan y la sal. Hasta tal punto cuidamos a ese delincuente repugnante que abusaba de niños y lo grababa en vídeo porque "en Marruecos eso sale barato", que su bienestar le ha costado a don Juan Carlos hacer el segundo ridículo más grande de su reinado. A sabiendas de que nadie responderá y nadie dimitirá por esta pifia (en España, en Marruecos sí lo han hecho), sólo queda suplicar: por favor majestad, no vuelva por África.