Recuerdo ya bien mayorcita el lío que llevaba yo con las películas americanas. Anunciaba el presentador en la tele una película de Yeims Din y, cuando empezaba y leía en los títulos que el protagonista era James Dean, creía que la habían cambiado por otra. La primera vez que recibí clases de inglés en el cole tenía unos 13 años, así que más me vale callar porque apenas llego a lo del "relaxing cup of café con leche", pero esa conciencia de mis limitaciones me impediría hablar en los foros internacionales en otra lengua que no fuera el castellano, que para eso han inventado los aparatitos de traducción simultánea y a nadie nos sorprende que vengan aquí los gerifaltes de cualquier país y no sepan decir ni buenos días.

Es verdad que en España, vaya usted a saber por qué, tenemos un problema con las lenguas extranjeras. No sé si es una herencia de los reyes godos o que de niños nos traducían al español hasta al pato Donald, pero es un hecho que los que tenemos cierta edad no podemos con el inglés pese a que hayamos estado décadas de academia en academia intentando no confundir el pollo con la cocina. Asumámoslo sin complejos. ¿Quién nos obliga a preparar un discurso en otra lengua arriesgándonos a hacer el ridículo más espantoso? ¿Nos van a querer más si hablamos en inglés? ¿Quedamos mejor con este absurdo quiero y no puedo? Lo malo es que no aprendamos. No ya a hablar inglés, que para muchos es imposible, sino a no ir por ahí dando lástima. No parece, de todas formas, que lo del discurso de Ana Botella ante el Comité Olímpico Internacional sea sólo su culpa dadas las declaraciones del asesor que le redactó la intervención y le planificó el tono. Con la que está cayendo y él dice que estuvo "encantadora". Es para lanzarlo a los tiburones. Eso sí, hay que agradecerles que a su costa el que más y el que menos se haya echado unas carcajadas estos días, que buena falta nos hace.

Lo que no sé es cómo hace la alcaldesa de Madrid para abrir los ojos cada mañana sabiendo que es la rechifla de medio mundo; que yo no me levantaba de la cama, vamos. De todos modos, creo que a esta mujer hay que disculparla porque debe tener el sentido del ridículo algo aletargado dadas las pifias que ha cometido desde que la nombraron concejala en la capital. Además, si no pidió el divorcio el día que escuchó a su marido hablar en tejano junto a Bush es que tiene unas tragaderas que le permiten seguir tan fresca mientras se escucha a sí misma en centenares de vídeos en YouTube glosar en plan marisabidilla repelente, y a ritmo de rap, lo "biutiful" que es su ciudad.