No existe un derecho a decidir. Decidir es diaria y humana obligación, desde que nos levantamos. Y, pese a lo que digan algunos, lo que es una obligación no puede ser derecho. Decidir es una consecuencia de la libertad, una obligación ineludible de la condición humana y no un derecho. Nos vemos obligados a decidir diariamente. Por ejemplo a escribir este artículo ante la sonsonia separatista de unos dirigentes que no pudiendo ocultar más los escándalos, malversaciones, cohechos, blanqueos y fuga de capitales del régimen pujolista, acosados por jueces y fiscalías, se han visto obligados a tirar por la calle del medio, envolverse en la señera y salir a desafiar al malvado Estado con su vieja sonsonia que una parte de la ciudadanía recoge con vana ilusión, por nacionalismo romántico que tanto daño ha causado o ahogada por la quiebra a la que la han llevado esos mismos dirigentes malgastando en nacionalismo, primero el tripartito y ahora la familia, el Pujolín pequeño asesorando a multinacionacionales sobre cómo llevarse las empresas de Cataluña y el Pujolín grande, llevándose el dinero a Barbados.

Mientras tanto, el masovero de los Pujol, el chico que cuida la finca y que sigue sin aclarar todo aquello de Suiza, Artur Mas, se ocupa de provocar el hastío en el resto de españoles y la vana ilusión en algunos santos inocentes, que desconociendo el por quién de los números que no salen, en medio de las canutas, se agarran al clavo ardiendo y se emocionan con eso de "el derecho a decidir", que no es más que un "oxímoron", "una contradicción en sus propios términos", un absurdo utilizado por la mística, como quien dice "un instante eterno", que está muy bien para la poesía y el amor pero no para el derecho. No existe tal derecho, ni en el ordenamiento constitucional español, ni en el internacional, ni cabe en la filosofía, ni en la lógica. Tener que decidir es una servidumbre, una obligación de la humana condición, no un derecho.

El llamado "derecho a decidir" es otra versión más del problema sentimental catalán, cansino y con más lamentos que el flamenco y el fado juntos, algo tendrán en común. Cuando en realidad, lo que sí conforma el ser catalán es su señerismo, su apartismo, la costumbre del catalán de vivir recogido en su privacidad, receloso de las administraciones, de todas, incluso de la que ahora le quiere manipular ocultándole los números y midiendo los tiempos que faltan para cosechar en su día los votos y la conservación del poder, oculto todo con la letra y música de su sonsonia. El señerismo, apartismo catalán es una forma de ser individual, familiar, celosa de su privacidad, de su intimidad, de la masía. Y lo que es una forma muy respetable del ser catalán, la quieren convertir ahora unos presuntos en el reciente y retórico "derecho a decidir" un derecho natural con muy estudiados fines electorales.

He pasado mucho tiempo en Cataluña, quiero y admiro "profundamente" a los catalanes y a Cataluña, y por eso mismo, como español, escribo ante la sonsonia nacionalista. España entera, Valle Inclán, es una nación vieja, católica y sentimental. Unos suavizados por el mar y otros más abruptos. Y por eso como España a Unamuno, a España "le duele Cataluña". Dejen de intentar manipular a sus ciudadanos. No existe un derecho a decidir. Aparte de una ilegalidad es una contradicción. Se decide, humana condición, todos los días. Y dicho sea de paso, España debería reprobar formal y enérgicamente al comisario de asuntos económicos y monetarios de la Unión Europea, el finlandés Olli Rhen, ése que tanta guerra nos lleva dando, por recibir con cámaras incluídas a un dirigente que no representa al Estado, sin poner a éste en antecedentes.