Véase la prensa digital y algunos blogs. Hay un cierto sector de votantes del Partido Popular de fuera de Galicia al que estas cosas no le gustan nada. El viaje institucional de Feijóo a Cuba cabrea a quienes consideran que el presidente de la Xunta no debería desplazarse a un país férreamente controlado por una dictadura comunista, que expropió los bienes a muchos paisanos nuestros y donde las inversiones de capital extranjero sólo sirven para apuntalar un régimen, el castrista, que se cae de puro viejo, pero que parece dispuesto a morir matando, aunque sea de hambre, a sus propios ciudadanos.

En el caso de Fraga, era hasta cierto punto perdonable. Porque tenía raíces cubanas y una posición de fuerza, por ser quien era, amén de las agallas necesarias, para hablar de tú a tú con Fidel, plantearle la necesidad de reformas democráticas y exigirle, por ejemplo, la liberación de presos políticos como gesto de buena fe. Aún así, desde la derecha y determinados círculos de opinión conservadora hubo aceradas críticas a los dos viajes a la Isla y a la invitación para que el Comandante visitase la tierra de sus antepasados, que tampoco agradaron a José María Aznar y a su sanedrín de la calle Génova. Eran las cosas de don Manuel, que en determinados ámbitos iba por libre, al margen de la estrategia partidista, y al que en esa época se le perdonada casi todo.

En Cuba apenas quedan gallegos de primera generación. Sin embargo, hay una amplia colectividad, de casi cuarenta mil almas, formada por hijos y los nietos de emigrantes que tienen reconocida la nacionalidad española y con ella el derecho a voto. Ese es oficialmente el principal objetivo del viaje de Feijóo: no hacer campaña electoral, sino encontrarse con la nutrida colonia gallega, a la que se garantizará la continuidad en las medidas de apoyo que le prestan la Xunta y el Gobierno de Madrid. Al mismo tiempo, don Alberto presidirá la firma de la fusión de treinta y tantas entidades gallegas y cubanas, la única solución, se argumenta, para que puedan persistir en el futuro los viejos centros gallegos, integrándose unos en otros.

No está en la agenda oficial de esta visita ningún encuentro formal con las autoridades cubanas ni con la cada vez más visible oposición interior. Aún así, no es del todo descartable, toda vez que este tipo de actos, que se gestionan con la lógica discreción, no se suelen anunciar de antemano para evitar reacciones adversas en la esfera ciudadana o política, aquí o allí. Sin olvidar que las relaciones exteriores son competencia exclusiva del Estado, mal que le pese a los mandatarios autonómicos, algunos de ellos con vocación e ínfulas de estadistas. De hecho, el programa de este tipo de viajes tiene que contar con el visto bueno del Ministerio de Exteriores, para que encaje en la estrategia general diseñada desde Moncloa.

El aspecto comercial es a fin de cuentas lo menos importante. Como siempre en estos casos, con Feijóo viaja a Cuba un grupo de empresarios de los más diversos sectores. Van en busca de oportunidades de negocio, que las hay, y habrá cada vez más si Raúl Castro ahonda en la liberalización de la economía cubana, como creen los observadores más solventes que hará, aunque a su manera, tomándose su tiempo. En ese contexto es donde se abren para España y para Galicia las mejores perspectivas por los lazos de todo tipo que nos unen con la Isla Bonita. Aún así tendremos que desprendernos de los prejuicios ideológicos que, como los árboles, tantas veces nos impiden ver el bosque.