La ciclogénesis ha producido en Galicia largos nocturnos de relámpagos y truenos, en repetidas tormentas bravas, universales, en las que pareció parpadear la fábrica de la luz eléctrica de la naturaleza. Lo que el ojo humano vio durante el fenómeno meteorológico no ha sido el rayo que llega, sino el que se va, más brillante y rápido, que logra alcanzar, en su regreso, una velocidad de 22.000 millas por segundo. Uno de estos rayos fue el causante del siniestro del santuario de la Virgen de la Barca en Muxía, en el corazón de la Costa da Morte, donde la mar pugna por entrar en las casas y la iglesia mariana avanza sobre las olas. Muxía de nuevo, por causas no deseadas, ha vuelto a figurar en el mapa. Muxía es como una barca varada a orillas de la mar y, en esta época, cuando se percibe la señal atlántica, escalofría el invierno. La mar tiene allí muchas voces, conviene escucharlas. Los acantilados y el fondo boscoso de su paisaje constituyen el símbolo misterioso de la Galicia telúrica, marinera, rural, que no se puede comunicar a nadie. El santuario de la Virgen de la Barca, hoy siniestrado, ha de restaurarse prontamente para que continúe siendo la punta de vibraciones emocionales, que llegan hasta él con carácter ecuménico. Más que el valor material, el templo tiene el prodigio de guardar su alegría y su esperanza en la fe y devoción marinera. García Bayón, el gran cronista de la Costa da Morte, decía que era "un viejo trozo del planeta por donde el hombre, hace muchos siglos, pasa y vive". Las gentes de la mar saben mejor que nadie que lo que el destino aleja de la realidad vuelve por la ruta del sol.

La ciclogénesis Pokemon ha entrado en el Ayuntamiento de La Coruña, en cuyo gobierno ha tomado cuerpo el aburrimiento. Más que la amable devoción navideña, a sus miembros lo que les va es el entierro de la sardina. Ahora a encomendarse a San Froilán y a la Virgen de los Ojos Grandes de Lugo. Los "imputados", ediles y asesores, han quedado políticamente devaluados. La tormenta, con parecido aparato, llegó hasta el Deportivo. Lendoiro, como Greta Garbo, se va hastiado de aventuras, con el temor de que se encrespe el océano contable. Se acabó el queso. Solo queda echarle un vistazo a Samaniego.